La elección federal de 2018 será un rompecabezas ideológico del que saldrá mejor librado el grupo que mejor sepa integrar sus partes, conformadas por partidos y facciones, desprendimientos y adhesiones que han dejado de obedecer el esquema tradicional de la política mexicana.

El PRI ha emprendido el camino de cohesionar en torno a José Antonio Meade Kuribreña la plataforma del partido y sus aliados, así como los planteamientos de la base militante priísta que por vez primera trabajará por un candidato externo.

En la integración de lo que será la propuesta priísta deberán coincidir, a la par que las propias del candidato del tricolor, las posturas de los grupos que irán en alianza y las corrientes de opinión que han destacado al interior del instituto político.

La derecha tradicional resiente el enfrentamiento que supuso la conformación de un frente que mezcló elementos disímbolos de grupos panistas, tribus perredistas y algunos elementos de MC, coctel extraño que ha terminado por eliminar de su membrete el concepto de “ciudadano”.

Hubo en esa amalgama una división de pleitos: el primero, por la candidatura presidencial entre unos y otros para llegar a un final anunciado desde el principio; el segundo, la nominación al gobierno de la CDMX que ahora será una lucha encarnizada con la izquierda radical; el tercero, el liderazgo de los dos principales partidos que lo formaron, pues descabezados de sus creadores, descansan en figuras que podrían decirse simbólicas, sin fuerza propia.

Finalmente, la izquierda radical permanece bajo el dominio de Andrés Manuel López Obrador, quien va por su tercera nominación presidencial, ahora con partido propio en el que sólo importa una opinión, la misma que lo llevó a la derrota en el Estado de México, una elección que tenían casi en la bolsa. Y ese “casi” fue la diferencia.

De los independientes no se puede anticipar gran cosa, por las dificultades que han registrado a la hora de reunir las firmas suficientes para postularse, lo que puede ser el preludio de lo que representarán, a final de cuentas, en las preferencias efectivas en las urnas.

Análisis preelectorales auguran una terna, en la que también tendrán su participación importante los liderazgos regionales, que dividirían sus afectos después de la batalla por las nominaciones.

Previo al inicio de las precampañas que, como se nota de antemano, serán mero trámite porque ya en todos los casos hay decisiones que pueden llamarse definitivas, el panorama nos dice que saldrán fortalecidos aquellos que puedan no sólo ser efectivos en la “operación cicatriz” sino significativamente incluyentes. Ésa será la clave.

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