Milenios han pasado desde que el ser humano comenzó a dibujar pictogramas que representaban conceptos para dejar un pensamiento grabado en arcilla. La escritura dio comienzo a la historia hace unos cuatro mil años, en las tabletas del valle de Uruk en Mesopotamia y en las pizarras que contenían jeroglíficos en Egipto. Desde entonces, hombres y mujeres han escrito cuentos, novelas, poemas, cartas, libretos de teatro y muchos tipos de documentos.

Algunos de esos títulos han surgido de la necesidad de expresar la incertidumbre que marca la vida.

No saber qué camino tomar, a quién seguir, qué pensar, nos mantiene en vilo, sin conciliar el sueño, analizando las posibilidades que ofrecerá el día de mañana. Lo viven los niños que buscan respuestas haciendo preguntas todo el día. Los jóvenes sienten que están frente a muchas puertas y al mismo tiempo les afecta el temor de fracasar si abren la equivocada. En lugar del descanso, la noche trae a su cama pesadillas y desasosiego.

Muchas veces, los adultos proyectamos en ellos nuestros propios miedos, por lo que exigimos que crean en nuestras deidades, que sigan nuestros ritos, que imploren al ser superior con la misma intensidad que nosotros lo hacemos. Queremos que sean una sombra nuestra, y a la vez exigimos que sean independientes, con determinación propia. Que alcancen metas que en realidad son inalcanzables, porque las condiciones no son propicias.

La incertidumbre, en términos filosóficos, es una anomalía epistémica. La epistemología es la rama que estudia el conocimiento científico, su naturaleza y limitaciones. La incertidumbre no puede estudiarse como algo cierto, ya que es justamente lo contrario.

Por eso, su naturaleza es anómala.

Con mucha frecuencia, a medida que estudiamos una situación y nos percatamos de las enormes posibilidades de error que trae consigo, sentimos de nuevo la tenaza del miedo apretando nuestro pecho.

Raymond Carver, un autor de la costa oeste de los Estados Unidos, activo durante la segunda mitad del siglo XX, fue uno de los fundadores de un movimiento literario llamado “realismo sucio” por hablar de la clase trabajadora, la gente humilde y sencilla, cuyos asuntos cotidianos son expresados de una forma clara y simple, sin adornos.

Carver tiene un poema llamado “Miedo”, donde describe una de las emociones vinculadas con la incertidumbre. Sus últimos versos dicen:“Miedo a la confusión. / Miedo a que este día termine con una nota triste. / Miedo a despertarme y ver que te has ido. / Miedo a no amar y miedo a no amar lo suficiente. / Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo. / Miedo a la muerte. / Miedo a vivir demasiado tiempo. / Miedo a la muerte. / Ya dije eso”.

León Felipe, el gran poeta español que se volvió mexicano, escribió sobre la incertidumbre que sufre el hombre cuando se ve frente a dos opciones. Su poema “Cara o cruz, águila o sol” se refiere, por supuesto, al juego del azar definido por la faz que muestra una moneda al caer, luego de haberla lanzado al aire:

“Filósofos, / para alumbrarnos, nosotros los poetas / quemamos hace tiempo / el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron. / Y aún andamos colgados de la sombra. / Oíd, / gritan desde la torre sin vanos de la frente: / ¿Quién soy yo? / ¿He escapado de un sueño / o navego hacia un sueño? // Este túnel ¿me trae o me lleva? / ¿Me aguardan los gusanos / o los ángeles? / Mi vida está en el aire dando vueltas. / ¡Miradla, filósofos, como una moneda que decide!”

Hay otras posibilidades, por supuesto. El mañana puede traer un empleo firme, salud, bienestar, encuentros con los amigos, largas sobremesas deliciosas.

Muchas veces escuchamos que los ancianos son personas felices. Lo son quienes saben mirar atrás para recorrer el trayecto de su memoria, porque se dan cuenta de la riqueza que tuvieron en sus manos. José Emilio Pacheco, cuya luminosa palabra toca temas trascendentes, escribió “Certeza”, un poema publicado en su libro Tarde o temprano (Tusquets Editores, 2010):

“Si vuelvo alguna vez por el camino andado / no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia. / Lo mejor es creer que pasó todo / como debía. / Y al final me queda / una sola certeza: / haber vivido”.

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