Hace un par de días, tuve la necesidad de acudir a una gestión personal y encontré un espacio para estacionamiento en una avenida comercial, justo en la fachada de uno de los múltiples establecimientos de alguna familia, donde un chamaco de aproximadamente catorce años, afanosamente realizaba el acomodo de mercancía con cuidado y esmero.

Supongo que disfrutaba su trabajo, pues su expresión reflejaba una sonrisa que perduró mientras yo observaba a la distancia en tanto me colocaba el cubrebocas y me rociaba las manos de alguno de los tantos desinfectantes que hoy se han convertido en productos de primerísima necesidad. Al observarlo, recordé aquellos años cuando, al llegar a la edad mínima para ello,  obtuve mi primer sueldo nominal en el negocio familiar, y ese acontecimiento fue muy significativo para mí desde aquel entonces.

Ese primer mes de 1977, con dieciséis años de vida, estudiaba yo la preparatoria y no obstante haber comenzado a trabajar cuatro años atrás, la formalidad de saberme en la nómina, le daba un toque de mayor importancia y responsabilidad a las diversas tareas que llevaba a cabo junto con un equipo de trabajo a quienes recuerdo y recordaré siempre con especial cariño. Combinar el estudio y el trabajo no era tan complicado, lo que resultaba difícil  a esa edad, era prescindir de muchas de las reuniones de amigos y compañeros por atender la responsabilidad. Poco a poco fui tomando la rienda de los deberes que me correspondían. Era una maravilla que el lugar de trabajo estuviera tan sólo a un par de cuadras de casa, llegar puntual para abrir y en ocasiones apoyar para subir algunas de las cortinas metálicas de puertas y aparadores. Cada uno de los colaboradores llegaba y se incorporaba a su trabajo. Así, la jornada  administrativa iniciaba frente a una vieja y hermosa caja fuerte donde se guardaba la venta del día anterior en una charola de madera de la que seguramente se usaba en los bancos y otros negocios para colocar el dinero junto con las notas de venta y los cortes que se realizaban en aquellas cajas registradoras mecánicas y eléctricas que llevaban con detalle el registro de las ventas, tanto de contado como de crédito. Utilizábamos las sumadoras con rollo de papel para dejar el registro de las operaciones que eran el sustento económico de aquel negocio. En otras actividades, en el transcurso del día llegaban mercancías que revisábamos en los departamentos respectivos para verificar y colocarle la etiqueta de venta de la tienda, que incluía una clave de registro y el precio final en una máquina que sellaba las etiquetas en rollo y que de una por una se pegaban en los productos. Poco tiempo después fueron evolucionando con cambios no tan significativos. Checar los pedidos y corroborar los términos de los mismos, atender a clientes que en algún momento lo requirieran, al igual que a los proveedores que llegaban con sus muestrarios. Disfrutaba también haciendo algunas reparaciones técnicas en la tienda. Aprendí hasta a arreglar manualmente el primer elevador en Querétaro que se detenía cuando había algún corte de luz.

Ese tiempo de aprendizaje fue muy especial, En ocasiones nos llegaban folletos de temporada, calendarios de pared y de plástico para la cartera. También muestras de lociones con réplicas de los frascos originales y muchas otros detalles y novedades que le daban un color diferente al trabajo serio y responsable. Había razones para disfrutar el trabajo, fortalecer vínculos e ir escribiendo día a día la historia de cada uno de quienes compartimos los propósitos de aquella empresa que cerró su ciclo poco más de dos décadas después de ese enero. Recordarla me hace sonreír.

Cuando regresé de concluir mi gestión para abordar de nuevo mi vehículo,  el chamaco estaba atendiendo a una persona con la misma expresión que le vi un rato antes. No cabe duda que la vida pasa y los ciclos siguen su curso, abriendo, cerrando, transcurriendo en el tiempo. Unos los vemos en el pasado lejano, otros en el presente, pero las únicas que permanecen siempre jóvenes y atemporales, son la esperanza y la ilusión de un mejor porvenir, en especial para quienes recién abren sus ciclos, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

*Twitter: @GerardoProal

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