En la Física el presente se define como un hiperplano de espacio-tiempo, es el momento en que vivimos, el conjunto de sucesos simultáneos. Todas las acciones que ocurren al mismo tiempo forman el presente que, a veces, se vuelve una roca pesada sobre nuestra espalda, un cúmulo de situaciones contradictorias que se entrelazan como madeja de hilos conductores de información que se desplazan hacia el centro de la mente y vuelve difícil la existencia.

Nunca como hoy en día, el presente del mundo se había colocado con mayor fuerza en el inconsciente colectivo, término definido por Carl Gustav Jung, psiquiatra suizo, que significa el sustrato común a todos los seres humanos. Este sustrato expresa el contenido de la psique, independiente de la razón. Antes, las personas se ubicaban en el tiempo y en el espacio que les tocaba vivir, asumiendo algunas responsabilidades: aprender un oficio derivado de los mayores, dominar el lenguaje de la tribu, conocer los ciclos y las estaciones de la tierra que los acogía, la aldea donde vivían.

Hoy, esa aldea ha crecido más allá de las predicciones del canadiense Marshall McLuhan, quien nació en 1911 y a mediados del siglo XX puso en palabras la sensación, compartida por muchos, de que el mundo se vuelve más pequeño cada día. Es verdad: las ciudades se extienden hasta formar metrópolis que han fagocitado a varios pueblos, y ahora vivimos en una aldea global, una población inmensa.

Los lugares lejanos ya no lo son tanto, porque las noticias de lo que ocurre en el otro extremo del mundo llegan en minutos a nuestro dispositivo móvil o a la televisión, huésped predilecto de nuestra habitación. Todo está aquí, el día de hoy, y esa omnipresencia provoca muchas reacciones: de la impotencia por no poder resolver tantos problemas, a la indiferencia ante lo que ocurre.

La percepción del tiempo cambia con la edad; psicólogos y científicos llevan siglos tratando de entender las causas. Algunos afirman que tiene que ver con la “teoría de la proporción de lo vivido”, es decir, que para un niño de 5 años, un año es un 20% de su existencia, por lo tanto, percibe 365 días como numerosos y lentos. Para un hombre de 50 años, un año es un 2% de su vida, y por tanto su mente encoge esa porción de tiempo para que quepa en su memoria, que tiene que almacenar todos los momentos trascendentes.

En ese trozo de memoria se guarda lo más importante de un año, como las películas y series que nos gustaron, las conversaciones que nos hicieron pensar, los cambios que se han dado en nuestro entorno, las personas que tuvieron un papel principal en nuestro drama íntimo.

Por si fuera poco, los acontecimientos del mundo marcan nuestras vidas: desastres naturales, cambios en la economía, muertes de personajes clave para la historia. Algo de nosotros muere cuando sabemos que los viejos que fueron adultos en nuestra infancia se han ido. Con ellos se va un regimiento del ejército humano que nos protegía y nos hacía sentir seguros. Cuando esa avanzada pierde soldados, nuestras filas quedan expuestas a la muerte. Sin los maestros, no tenemos quién responda las preguntas que rondan por los pensamientos. Ahora, al frente del pelotón, nos tocará a nosotros cuidar de los jóvenes.

Por ello, no creo que sea cómodo el vivir dos existencias simultáneas. Muchos teólogos han hablado de la bilocación como una manifestación de la espiritualidad de algunos seres humanos. La Iglesia Católica ha reconocido este fenómeno desde el siglo XIX en varios santos y místicos como Francisco de Asís, Antonio de Padua, Francisco Javier, Martín de Porres, Pedro Regalado, José de Cupertino, Alfonso de Ligorio, Juan Bosco, Pío de Pietrelcina, María de Jesús de Ágreda, María de León Bello, Úrsula Micaela Morata, Rita de Casia, Catalina de Siena y otros.

Fascinante noción: estar al mismo tiempo en dos lugares. La ubicuidad es todavía más grande, implica estar en todas partes en todos los tiempos. Solo Dios.

Pierre Theilhard de Chardin, teólogo francés que murió en 1955, hablaba de la asombrosa tecnología de su época: “Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad, aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego”. Fuego necesario para la hoguera que vivimos hoy.

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