Conforme uno se va haciendo mayor, la dimensión y el uso del tiempo cobran un sentido muy distinto al que le damos cuando somos jóvenes, ya que de niños, por alguna mágica fortuna no hay otro que no sea el aquí y ahora. En la juventud, cobramos un poco más de conciencia sobre ello y nos damos el lujo de hacer uso del mismo con una dinámica maravillosa para realizar múltiples actividades y dejar a un lado el dormir para disfrutar lo más posible de días y noches que se convierten de nuevo en días para tomar descanso sólo cuando el cuerpo nos llega a protestar.

Sin embargo, cuando nos convertimos en adultos solemos ser más administradores de tiempo y vamos marcando un estilo personal en nuestras jornadas cotidianas sin dejar pasar oportunidades de un par de desveladas que nos cuesta apenas un poco más  que antes, recuperarnos de las mismas.

Muchas son las tardes y noches que adquieren el título de memorables por la manera en que una comida se convierte en una cena o la cena llega hasta el amanecer. Cuando arribamos al tiempo de ser considerados adultos mayores y para quienes tenemos la suerte de formar una familia, es entonces que los hijos ya ingresaron en su propio tiempo y momento para hacer derroche de esa increíble juventud, mientras nosotros entramos a un paréntesis en el que el tiempo comienza a tener una dimensión absolutamente diferente a todos y cada uno de los años que ya vivimos.

Al acercarse el fin de semana, uno piensa ilusamente en actividades a realizar que incluyen espacios de descanso y disfrute de música, libros o una buena película de esas que te sacuden las emociones. Pero la realidad es otra, porque de repente suena el timbre de la puerta largamente, con la impaciencia que solamente le puede dar el saludo inmediato al abrirla: “¡Hola abuelos!”, y entonces descubres en tu interior una enorme felicidad al coincidir con esas miradas y sonrisas repletas de la más sincera felicidad que con una generosidad a manos llenas te comparten su amor. Es entonces que sin siquiera imaginarlo, inicias un evento que puede durar todo el fin de semana completo y sin tregua alguna.

Comienza con ese abrazo prolongado y con una inmediata propuesta y petición de “¡Vamos a jugar futbol!”, “¡Prepárame un chocomilito calentito y ponme una peli!”, “¡Quiero cocinar galletas!” y así una interminable lista de actividades divididas por un comentario: “¿Y ahora qué hacemos?”. 
sin sospecharlo, inicia una hermosa fiesta que incluye todo lo que la imaginación y la creatividad de niños pueda proponer.

Los juegos entonces se llenan de momentos en los que uno quiere tomar un respiro, pero para ellos el tiempo del fin de semana no puede, por ningún motivo, incluir algunos minutos que desperdiciar sin hacer nada.

Cuando pensamos que ya terminamos el tiempo de pachangas y desveladas, nos enteramos que somos los coprotagonistas de otras que incluyen bebidas exóticas, hotcakes de colores, botanas surtidas, un campamento improvisado, iluminar, pilotear y viajar en un avión de sillas formadas y muchas otras cosas más que sin duda te agotan, pero que recargan el alma de esa mágica energía que solo nos pueden dar los nietos y que le otorga el mayor valor que pueda tener el uso del tiempo en la vida, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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