El miércoles pasado inició con una de las noticias más estrepitosas en los últimos tiempos. No se trataba de un rebrote de contagios del virus Covid-19, ni de nuevas medidas para evitar el aumento de su propagación o en su defecto un desastre natural de grandes dimensiones que hiciera que los ojos del mundo se centraran en dicho suceso; la noticia que conmocionó a todo el mundo era el fallecimiento de Diego Armando Maradona, futbolista argentino de uno de los barrios de mayor marginación en Buenos Aires: Villa Fiorito.

Y es que con solo 60 años se va uno de los máximos exponentes del fútbol internacional, demasiado joven para dejar este mundo terrenal y así dar inicio a la épica leyenda del Diego, siempre controvertido, siempre mediático, siempre puntual al momento de expresar todo aquello que le inconformaba políticamente hablando, no solo desbordaba rebeldía con sus múltiples gambetas que rompieron las caderas y la moral de los ingleses en el ya lejano 22 de junio de 1986, sino sus constantes denuncias de corrupción al interior de uno de los órganos reguladores del balompié mundial, la FIFA y de manera paralela su participación en los diferentes movimientos de izquierda en Latinoamérica y por supuesto los señalamientos hechos a todos aquellos gobernantes que a su consideración actuaban lejos de lo ético y moralmente correcto.

En el recuerdo del mundo quedarán plasmadas sus jugadas con tintes mágicos, sus regates de antología y sus alucinantes goles, pero en toda aquellas personas que encontramos en la ideología de izquierda un espacio de formación, de digna defensa de lo justo y en especial una forma de vida, recordaremos al Diego Armando enfundado en una playera negra con el rostro del expresidente de los Estados Unidos, George Bush, con una leyenda que le señalaba como un criminal de guerra, jugando un partido de fútbol con Evo Morales o su extrema cercanía con Fidel Castro del cual decía ocupaba un lugar tan importante en su vida, que le consideraba un segundo padre.

Se fue el Diego de la gente, el que se consagró en Italia, pero que se convirtió en un mito en las canchas del Estadio Azteca. Se fue un compañero de izquierda, un camarada de lucha que siempre será recordado por aquellos que vimos en él un guerrillero de la vida, un comandante del balón y un militante más de una corriente ideológica que busca transformar las difíciles realidades que se vive en nuestra querida Latinoamérica. ¡Hasta la victoria siempre, Diego! ¡Las Malvinas son argentinas!

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