El Covid-19 es un enemigo silencioso que ha cobrado miles de vidas en todo el mundo y que ha desestabilizado el entorno económico de nuestra sociedad.

Los retos que se avecinan son enormes, pues no solamente debemos afrontar la emergencia sanitaria, sino además idear medidas anticíclicas que reactiven la economía y disminuyan la recesión.

En el caso de México, durante semanas estuvimos pendientes del anuncio que al respecto llevaría a cabo el presidente de la república, pues como jefe de Estado y de gobierno, es el principal responsable de las medidas que implemente nuestro país frente a la pandemia.

En varias naciones, sus gobiernos han puesto la vara muy alta, con paquetes de rescate económico muy ambiciosos, préstamos a organismos internacionales, como el fondo monetario internacional, y el intercambio comercial de productos, bienes y serviciosa gran escala.

Sobre esa línea estaban las expectativas de las y los mexicanos.

Se esperaba una reacción titánica del gobierno federal, un programa nacional de apoyo al empleo y a las micro, pequeñas y medianas empresas; en el que se impulsaran medidas que contrarrestaran los altos índices del dólar y los bajos niveles del petróleo.

Lo anterior, fundamentalmente porque las consecuencias económicas por la pandemia se resentirán con mayor ahínco cuanto termine la contingencia, momento en el que nos preguntaremos si ¿los negocios pudieron resistir?, ¿los empleos se recuperaron?, ¿las empresas se reactivaron?, etcétera.

En este sentido, el mensaje que dio el presidente el pasado domingo fue, por menos decir, decepcionante.

Para empezar, fue un error de comunicación, al introducirlo como un elemento más en la agenda ordinaria de un informe trimestral; lo que le resta claridad, impacto y efectividad. La atención a la emergencia demanda un trato especial, con énfasis en puntos específicos, pues ante un hecho extraordinario, son necesarias medidas extraordinarias.

Por el contrario, el presidente le dio el mismo trato que cualquier otro elemento de su gobierno, mezclándolo e, incluso, relegándolo a un segundo plano frente a otras acciones de su administración.

Pero lo más grave fueron los anuncios. Nuevamente anuncios en abstracto, sin puntos específicos ni medidas concretas. Mencionó que su plan para combatir la crisis se basa en tres elementos: mayor inversión pública para el desarrollo económico y social, empleo pleno y honestidad, y austeridad republicana.

Para ello, comentó que no se aumentarán los precios de los combustibles, dará inversión para introducción de agua potable, pavimento y vivienda en zonas marginales, así como mayor número de créditos a la palabra para campesinos, no aumentará deuda pública y, como cereza del pastel, se bajarán los sueldos de los altos funcionarios; medidas que, cabe mencionar, las ha difundido desde el inicio de su administración y hasta la fecha, no han marcado diferencia.

La realidad es que no hay nada extraordinario en su mensaje, son en esencia las mismas “estrategias” que planteó desde que tomó posesión como primer mandatario, no obstante que ahora hay una variante que ha cambiado radicalmente el panorama, una pandemia mundial de altas proporciones.

Al final de cuentas, todo lo anterior nos demuestra una de dos cosas, o es un excelente estratega y más adelante nos sorprenderá con un gran rescate o, realmente, no tiene un plan para sacar adelante a México.

De corazón espero que sea lo primero, ya que con abrazos y buenos deseos los problemas, definitivamente, no se resolverán.

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