No fuimos amigos, aunque tuvimos muchos amigos mutuos. Sin embargo, quiero llamarlo con su nombre de afecto desde su infancia, transcurrida en Colombia, en un pueblo de leyenda, donde la realidad se fundía con acontecimientos inexplicables.

En 1851, ocurrió la llamada sumisión de los esclavos, que provocó el estallido de las Guerras Civiles entre liberales y conservadores, muy sangrientas en las provincias de Padilla y del valle de Upar.

La población desprotegida huyó a los montes. En 1857, siguiendo un viejo camino, un grupo encontró la hacienda Santa Rosa de Aracataca, del italiano Giacomino Costa, quien les ofreció parcelas para trabajar. Los mayores fundaron el pueblo, que en 1870 tenía registrados a 292, la mayoría refugiados, practicantes de muchas artes y oficios.

En 1894, el telégrafo unió a Aracataca con el mundo. En 1924, Gabriel Eligio García, padre de Gabo, comenzó a trabajar en esa empresa, hoy considerada Monumento Nacional, por ser el escenario de la novela El amor en los tiempos del cólera, en cuyas páginas Gabo narra la relación amorosa de sus padres.

Sus lectores conocemos la historia detrás de la ficción, gracias a Vivir para contarla, primer tomo de una serie de narraciones autobiográficas que se quedó solo, porque diversas afecciones de salud física y mental impidieron que Gabo continuara recordando su vida, explorando los caminos transitados, volviendo a recorrer las ciudades que habitó y buscando a los amigos de siempre. Este azar nos dejó huérfanos de sus letras, deseosos de saber más sobre los afanes que estimularon la imaginación de este gigante.

Yo era muy joven cuando cayó en mis manos Cien años de soledad. Desde entonces, he leído y releído sus páginas muchas veces. Cada lectura deja en mi mente nuevos párrafos, como si el libro contuviera tesoros que no aprecié en la primera leída, cuando me quería comer el mundo de un bocado. Con el tiempo, pude apreciar la riqueza escondida en renglones que habían pasado desapercibidos. Personajes humildes se vistieron de lujo, algunos diálogos se volvieron espléndidas descripciones de la sabiduría humana.

El cubano Alejo Carpentier, en su libro El reino de este mundo (1949) hizo una diferencia entre el realismo europeo y lo “real maravilloso”, que se refiere a la realidad latinoamericana. La literatura de García Márquez es un ejemplo claro de esa corriente. El mismo Gabo dijo: “Cien años de soledad es la mejor expresión del realismo mágico, pues se reconocen los rasgos distintivos, por ejemplo: una aclimatación de lo insólito, percibido como inserto en la realidad”.

Mario Vargas Llosa, en su libro García Márquez, historia de un deicidio, declara que Cien años... es “una de las obras narrativas más importantes de nuestra lengua [...] la ambición del autor por crear un mundo vasto, aprisionando tantas cosas y tan diversas dentro del espacio novelesco”.

Mario Benedetti, uruguayo, declaró que Cien años... es “una empresa que en su mero planteo parece algo imposible y que sin embargo en su realización es sencillamente una obra maestra”. Norman Mailer, nacido en Estados Unidos, afirmó que el autor de esta novela “creó cientos de mundos y personajes en una obra absolutamente sorprendente”.

Ahí la tiene: una invitación a leer para escapar de esta realidad asfixiante.

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