Los pasados días 21 y 22 de julio, alcaldes y síndicos de setenta ciudades del mundo se reunieron en el Vaticano, en una cumbre organizada por la Pontificia Academia de las Ciencias y de las Ciencias Sociales, junto con personal de la ONU, a fin de intercambiar experiencias y opiniones respecto al tema: “Esclavitud moderna y cambio climático, el compromiso de las grandes ciudades”.

El objetivo de la reunión fue generar propuestas para la Cumbre de París, organizada por la ONU sobre el mismo tema, que se llevará a cabo en noviembre.

Los asistentes firmaron un documento conjunto en el que se comprometen, entre otras cosas: (la numeración es mía)

1.— A reforzar en nuestras ciudades y asentamientos urbanos la capacidad de resiliencia de los pobres y de aquellos en situación de vulnerabilidad y reducir su exposición a los eventos extremos relacionados con el clima y otros impactos, y catástrofes económicas, sociales y medioambientales, que fomentan la trata de personas y los riesgos de la migración forzada.

2.— A terminar con el abuso, la explotación, la trata de personas y todas las formas de esclavitud moderna, que son crímenes de lesa humanidad, incluido el trabajo forzado y la prostitución, el tráfico de órganos y la esclavitud doméstica.

3.— A desarrollar programas nacionales de reasentamiento y reintegración que eviten la repatriación involuntaria de las personas víctimas de trata.

4.— Querernos, que nuestras ciudades y asentamientos urbanos sean cada vez más socialmente inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles. Todos los sectores y todas las partes interesadas deberán desempeñar el papel que les corresponde: este es un compromiso al que cada uno de nosotros se suma plenamente, ya como alcaldes ya como personas.

En lo personal, me llamó la atención que en el documento usaron varias veces un término que no había escuchado hasta hace unos años: la resiliencia. Este término significa, en física, la “capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación”. En psicología, se refiere a la “capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Yo añado que se debería referir también a contar con recursos necesarios para sobreponerse a dichas situaciones, tales como un espacio físico (tierra) y la destreza para aprovecharla.

Me parece positivo que haya esa intención de aumentar las capacidades de las personas y la de “desarrollar progamas de reasentamiento y reintegración”, ya que muchos fenómenos migratorios, de trata de personas y de inestabilidad política se dan cuando las personas no cuentan con un espacio en el que puedan vivir y trabajar.

El Papa Francisco, en un mensaje, mencionó que hay una “idolatría de la tecnocracia” que ha generado grandes ciudades que crecen desmesuradamente, de manera que atraen más que el medio rural, pero muchas veces acaban generando en sus alrededores cinturones de pobreza, en tanto que, por exceso de tecnificación, se genera la desertificación de grandes zonas por la deforestación.

En el fondo del asunto está el hecho de que los problemas ambientales y sociales, como la esclavitud moderna y la trata, se deben a que muchos de nosotros estamos muy interesados en nuestra propia comodidad y no nos sentimos responsables de los demás ni del cuidado del medio ambiente. Dice el Papa que “dentro del entorno social, de la vida social de los hombres, no podemos separar el cuidado del ambiente”… “La ecología es total, es humana”.

Debemos analizar qué podemos hacer como personas y miembros de la sociedad, para frenar los fenómenos que nos afectan a todos.

Analista político y miembro del PAN. @ggrenaud

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