“Las epidemias colocan a las ciudades al límite y les exige definirse respecto a los comportamientos éticos” declara Rafael Arbullol, escritor español, ganador del premio Nadal en 1993. Su obra La razón del mal, una de las novelas más citadas en marzo de 2020 en Italia, inicia con las palabras: “Primero hubo vagos rumores, luego incertidumbre y desconcierto; finalmente, escándalo y temor”.

Hasta hace tres meses, la humanidad vivía con relativa paz y desarrollo económico. La Guerra Fría terminó una década antes del siglo XXI. Los jóvenes no tienen en la memoria la polaridad de fuerzas políticas y económicas encabezadas por Estados Unidos y la Unión Soviética. Por tanto, esta pandemia que afecta a más de 150 países nos sacudió, y las medidas que cada mandatario está ordenando pasan por la revisión de los líderes de opinión, expertos e investigadores.

Los seres humanos, cuando mucho, viven cien años. Para la mayoría es difícil dedicar tiempo al análisis de lo que ocurre en su momento histórico. No podemos regresar con nuestro cuerpo a tiempos pretéritos para experimentar las guerras y los grandes descubrimientos, o los viajes por mar que dieron lugar a los acontecimientos fundamentales.

Pero tenemos los libros, que nos ayudan a comprender lo que nos afecta. El Decamerón de Bocaccio está vinculado a la peste negra que asoló Florencia en 1348. Lucrecio, en su libro De rerum natura, dedica los mejores versos de su poema a la peste que sufrió Atenas. La enfermedad también tiene sus cronistas.

Mi amiga Juana Andueza, pintora y actriz madrileña, vive ahora en el aislamiento obligatorio; he vivido con ella y conozco su pensamiento, nacido de la reflexión y la creatividad. He abrevado de sus palabras en momentos en que necesito aliento. Me dijo ayer: “Yo sabía que esto iba a pasar.

Esta pandemia forma parte del nuevo paradigma. Se abre una puerta para que la humanidad sea de nuevo fraternal, amorosa. Para que la Tierra se regenere y se tranquilicen los animales, con un nuevo concepto de vida. Vemos el tiempo como algo fragmentado: pasado, presente y futuro, pero en realidad es continuo. Si la apreciamos desde las alturas del universo, la vida en nuestro planeta es apenas un destello entre los millones de galaxias que hay”.

Después de vivir épocas de dolor, Pablo Neruda escribió: “La sombra que indagué ya no me pertenece. / Yo tengo la alegría duradera del mástil, / la herencia de los bosques, el viento del camino / y un día decidido bajo la luz terrestre. // No escribo para que otros libros me aprisionen / ni para encarnizados aprendices de lirio, / sino para sencillos habitantes que piden / agua y luna, elementos del orden inmutable, / escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas. // Escribo para el pueblo, aunque no pueda / leer mi poesía con sus ojos rurales. / Vendrá el instante en que una línea, el aire / que removió mi vida, llegará a sus orejas, / y entonces el labriego levantará los ojos, / el minero sonreirá rompiendo piedras, / el palanquero se limpiará la frente, / el pescador verá mejor el brillo / de un pez que palpitando le quemará las manos, / el mecánico, limpio, recién lavado, lleno / de aroma de jabón mirará mis poemas”.

Mario Benedetti, el poeta uruguayo, nos incita a defender la alegría en momentos oscuros: “Defender la alegría como una trinchera / defenderla del escándalo y la rutina / de la miseria y los miserables / de las ausencias transitorias / y las definitivas // defender la alegría como un principio / defenderla del pasmo y las pesadillas / de los neutrales y de los neutrones / de las dulces infamias / y los graves diagnósticos // defender la alegría como una bandera / defenderla del rayo y la melancolía / de los ingenuos y de los canallas / de la retórica y los paros cardiacos / de las endemias y las academias”.

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