Este 2020 ha arribado ya a la mitad de su vida, aún quedan por delante otros seis meses, los cuales no sabemos con certeza cómo los vamos a transitar y qué será lo que depare para la población mundial cuando llegue a su final en un diciembre que se antoja bastante lejano. Muy a pesar de este afán que nos caracteriza a los seres humanos, de pensar que el cierre de ciclos siempre viene acompañado de esperanza y renovación, es inevitable una nueva realidad. No obstante, con ambas nos aferraremos a la ilusión de un tiempo mejor, más esperanzador que el vivido durante el primer semestre. Esa esperanza e ilusión a las que hago referencia, deben ser sentimiento y emoción  muy similares a las que invaden a quienes, por cualquier razón, son obligados a dejar su tierra, sus orígenes y migrar a otros horizontes, a un exilio por voluntad u obligados por circunstancias. 
Hablando de exilio, es inevitable recordar a un personaje a quien lo acompañó gran parte de su vida. Este año, para citar cosas buenas, se celebra el primer centenario del natalicio de uno de los hombres que hizo suyo el encanto de la escritura y que nos dejó un gran legado como escritor, poeta, cuentista, etcétera. Me refiero a Mario Benedetti. Nació en una localidad, ubicada a 300 kilómetros de Montevideo, capital de Uruguay y llamada Pasos de Toros un 14 de septiembre de 1920.

Como la gran mayoría, hubo de dedicarse a temprana edad a trabajar, hasta que por fin, después de muchos años, cuando sus libros comenzaron a tener el éxito esperado en los lectores uruguayos, pudo dedicarse a la literatura, vocación y pasión que lo llevó a trascender. Después de casarse con Luz López Alegre, su esposa y compañera de toda su vida, viajó con frecuencia, y la llegada de una dictadura a su país lo llevó a vivir en el exilio en varios países como Argentina, Perú, Cuba y España. Cuando terminó la dictadura, por fin regresó a Montevideo. Ahí, la enfermedad de su esposa lo mantuvo, y fue donde permaneció hasta su muerte en 2009.

Escribió tanto y de tanto. Poesía, novela, cuento, ensayos, artículos de prensa, crítica literaria, etcétera. Conservo a la mano su “Inventario”, “La Tregua”, “La borra del Café”, “Cuentos Completos” y otros más. Apenas unos cuantos de cerca de un centenar de títulos que componen su obra. Esos pocos me han acompañado desde mi juventud para leer y releer al paso del tiempo, en contextos y momentos de vida muy distintos. Sobre el exilio, en “La casa y el Ladrillo” cita a Bertolt Bretch: —Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa—. Fin de la cita. Hoy es paradójicamente distinto, nos aferramos a casa tratando de acariciar un poco el mundo.

Pero leer a Benedetti es  realmente un bálsamo para atemperar el impacto de este  otro y raro exilio, el mismo que nos mantiene separados del resto del mundo, donde deseamos regresar con la libertad que hoy pareciera proscrita por una dictadura impuesta por el coronavirus, llevando consigo una permanente amenaza de muerte. En el poema “Ultima noción de Laura” el personaje concluye diciendo: —Usted de todos modos, no sabe ni imagina, qué sola va a quedar mi muerte… Sin su vida.—. Es algo que tristemente ha sido muy frecuente en este año.

Entre las innumerables pruebas y circunstancias adversas en las que estamos inmersos, siempre habrá destellos y el imperdible aprendizaje que cada persona, familia o comunidad hemos tenido en lo que va de este 2020. Benedetti es un escritor que, a través de su obra, inspira y ayuda a transitar lo que hoy vivimos millones de personas, manteniendo siempre la supervivencia de lo más fundamental, la vida y la armonía deben ser el fruto que podamos cosechar cuando por fin concluya este exilio del mundo que también se vive en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter @GerardoProal

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