Hubo una vez un presidente de México que fue electo por la mayoría de los mexicanos, que rompió con la hegemonía de un partido dominante por décadas, que echó por la borda la legitimidad de su triunfo comicial inobjetable; que perdió el tiempo en frivolidades y fue víctima del acoso y manipulación de una poderosa mujer que lo envolvió, lo sedujo, lo llevó a la ruina política, lo siguió manejando como un polichinela de grandes botas y bigotes, mirada desorbitada y lengua colosal.

Éste sería un nuevo capítulo sobre la novela de un personaje que inauguró el nuevo milenio como mandatario de un país al que le urgían cambios importantes y se dedicó a hacer cuanta tontería se le ocurrió.

Ha sido sin duda una de las figuras tragicómicas más importantes de la “transición”, excelente actor político del realismo mágico, protagonista incomparable de las novelas del surrealismo del poder. Su fama figura al lado de los desmesurados hombres que gobernaron con excentricidad, torpeza y abuso, desde nuestro país hasta el trópico centroamericano y el contrastante sur de nuestra América Latina.

Con más pena que gloria terminó su mandato. Una gran decepción para millones de mexicanos que pusieron en él la esperanza de un cambio anunciado, como fallida propaganda de una exitosa bebida, que él mismo, en un tiempo, fue su promotor (antes de dedicarse a la política y ponerse orejas de burro en el Congreso para parodiar a un presidente) vendiéndola como elixir maravilloso.

Resultó un mejor comerciante que político. Ahora se ha declarado a favor de legalizar el consumo de la marihuana para poder hacer negocio.

Dedicado a dar cursos en un centro en donde lo mismo se brinda capacitación a funcionarios públicos, que se ofrecen alimentos con un plus para los visitantes: en lugar de baberos se les coloca la banda presidencial.

Eso dicen las leyendas sobre un hombre controversial que decepcionó a millones de mexicanos al hacer de la más alta responsabilidad pública una especie de cómic de numerosas anécdotas chuscas.

Asegura este hombre original que “ciertamente, al campo mexicano le iría formidablemente bien” con la legalización de la hierba. Al declarar sus intenciones mercantiles pidió no tomar el tema a “chunga”.

Prefiere que el dinero por la comercialización de la “cannabis indica” —clasificación científica de una variedad de arbusto que crece muy rápido y cuyo contenido, además de los efectos narcóticos de quien la fuma, es adecuada para el uso médico en ciertos tratamientos de enfermedades—, se quede en manos de productores como él, que en las increíbles fortunas de El Chapo Guzmán, quien se fugó de una prisión de seguridad, durante el mandato de nuestro héroe.

Dedicado un tiempo a denostar a sus enemigos de la izquierda, ahora se toma fotos con el Presidente en turno y encabeza una campaña en distintos foros para promover abiertamente la legalización de la marihuana.

Sugiere Fox (no la actriz Megan del mismo apellido que ha tenido incontables incidentes por el consumo de la droga), un control adecuado y reglas estrictas, para que la producción sea una industria operativa.

¿Usted qué piensa?

Es Vicente Fox un loco o un genio. Piense un poco. Ya demostró en el pasado que tiene un poco de extraordinario, su lenguaje imaginativo le ganó muchos votos; hoy sus argumentos no son del todo desdeñables: que la producción de droga no sea un negocio oscuro y criminal y que ya no se evada el pago de impuestos. Quiere ser el “rey de la mota”.

Hasta propone vender la marihuana en aparadores de tiendas de conveniencia. ¡Ni en Holanda en donde se vende en pequeños frascos en las farmacias a quienes están registrados en un padrón de adictos!

Para mí que el ex presidente Vicente Fox es un genio desperdiciado.

Editor y escritor. Ha sido colaborador de diversos medios de comunicación y director de publicaciones independientes y universitarias

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