Para un gobernante populista, soberbio, cínico, mentiroso, irresponsable, prepotente, megalómano, polarizador, caprichoso, ególatra, mesiánico y mal perdedor siempre existe el recurso de la violencia para pretender imponer su voluntad cuando no le beneficia el resultado de las urnas.

Gracias a la fortaleza e independencia de las instituciones se logró, en el caso de los Estados Unidos, frenar el intento de auto golpe orquestado por Donald Trump. Pero en Iberoamérica las cosas son diferentes porque para los gobiernos populistas la apropiación y colonización del aparato gubernamental ha sido parte de su estrategia de destrucción de los necesarios equilibrios y contrapesos de la democracia, porque les estorban para su propósito.

Considerando el parecido entre Trump y AMLO muchos se preguntan si el mandatario mexicano no prepara el golpe final a la incipiente democracia mexicana, en el caso de que su partido no logre la mayoría de escaños en la cámara de diputados federal.

Quienes creen posible que esto suceda se apoyan en sus antecedentes como agitador social: abandonó su partido, el PRI, por no haber sido seleccionado candidato a la gubernatura del estado; cuando perdió las elecciones de Tabasco, como candidato del PRD, se dijo víctima de fraude electoral, tomó pozos petroleros y llamó a no pagar la luz (costaron 11 mil millones de pesos los 25 años que duró el boicot); cuando perdió la elección contra Felipe Calderón, también se declaró víctima de fraude, tomó por varios meses Paseo de la Reforma, intentó evitar la toma de posesión y se declaró “presidente legítimo”.

Hoy, argumentan, se le facilitaría al presidente una acción de esta naturaleza porque controla los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; el Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación; el Instituto Nacional Electoral; en combinación con los “servidores de la nación” utiliza los programas sociales para la compra de votos; creó los Comités de Defensa de la 4T para neutralizar, pacífica o violentamente, a sus adversarios; no existe una fuerte oposición por parte de los partidos políticos y, para colmo de males, antes de la elección pretende acabar con todos los órganos autónomos, con lo cual la sociedad queda en total indefensión de su voto.

Hay quienes señalan que esto no sería posible porque el presidente de EU, Joe Biden, seguramente le cobrará su abierto y comprometido apoyo a la campaña de Trump, como las afectaciones a los inversionistas americanos en sectores como el energético, de suerte que la “estabilidad interna” vendría desde el exterior, lo cual también nos deja endebles y dependientes.

Lo obvio es que el debilitamiento de las instituciones públicas facilita cualquier golpe a la democracia; que el excesivo poder presidencial es una tentación para la dictadura; y, que en México no hay la fortaleza institucional para impedirlo. Acaso sólo la sociedad organizada pueda evitarlo, lo que demandaría un esfuerzo por su unidad en torno a este objetivo.

Para evitar cualquier intento de fraude y de violencia, se requeriría que la mayoría de la sociedad saliera a votar; que hubiera un aplastante triunfo de la oposición (esto supone buenos candidatos y campañas), para quitarle la mayoría a Morena, y obligar a que la presidencia retome su función de servidora de la nación, en lugar de la de su dueño, como se pretende.

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