Entrar a mi consultorio es como entrar a una pequeña biblioteca, tengo libros en casi todos los anaqueles, mesitas de centro, esquineras, sillones y sillas, nada se escapa a sus hojas y sus títulos.

En ellos encuentro siempre el camino para conocerme, comprender la vida, sus filosofías y para ayudar a otros.
Algunas páginas me resultan tan reveladoras, por ejemplo,  El dejar ir de David R. Hawkins porque el dejar ir implica ser consciente de un sentimiento, dejarlo crecer, dejar que siga su curso sin querer que sea diferente o hacer nada en relación a él.

El primer paso es permitirte a ti mismo tener la sensación sin resistirla, airearla, temerla, condenarla, o moralizar sobre ella.

Significa abandonar el juicio y ver que es solo una sensación. Dejamos de querer resistir la sensación.

Es la resistencia la que mantiene activa la sensación. Cuando renuncias a resistir o tratar de modificar la sensación, cambiará a un nuevo sentimiento que será acompañado de una sensación más ligera. Una sensación que no es resistida desaparecerá a medida que la energía tras ella se disipe.

Son libros mágicos y sus hojas perfuman el espacio.

En la esquina habita una palmera que muere con el invierno y resucita con la primavera, sus hojas, por más que me esfuerzo con riegos matutinos y rocíos cariñosos de agua fresca, son amarillentas y se queman de las puntas, ya no sé qué hacerle, pero la mantengo porque me gusta que aunque sea difícil ella se mantiene viva, aunque muera de vez en cuando.

La señora Patricia, la cual  viene a apoyarse en su duelo de su hijo,  me dice que es porque la plantita absorbe el dolor de las personas, que por eso debería de conservarla, me lo dice con sus ojos vidriosos como si se tratara de ella misma.

Y lo creo, lo creo porque el dolor nos hace ser personas que no somos, nos vuelve fríos, distantes, pensativos, aislados, dependientes, marchitos…

Por otro lado, el dolor también nos da cierto acento distintivo, entre el resto nos destacaremos como la planta de mi consultorio.

Al fondo de este espacio sanador también tengo una vieja Olivetti Letra 31, porque me recuerda que ningún aprendizaje es en vano. Cuando escribo algunos textos, que por capricho no publico y los guardo para mí,  sus teclazos me llevan al salón de la Secundaria Federal núm. 2, al taller de mecanografía y al perfume de Avon de mi maestra María Elena.

Era una mujer menudita, digamos chiquita, de cabello siempre corto, tacones bajitos y muy pulcra, yo me ganaba a todos los maestros con mi simpatía, pero a ella no, incluso odiaba su clase porque siempre me pedía que los textos se escribieran con la misma impecabilidad con la que ella se vestía; he de confesar que retrasé la liberación de mi certificado de la secundaría, pues reprobé cada periodo de su materia. Pero ella no renunciaba conmigo  recurría a darme sendos reglazos cuando no posicionaba bien los dedos sobre el teclado.

Cuando salí de la secundaria me vi en la necesidad obligada de trabajar, ¿ de qué creen? Pues sí, de secretaria y sus enseñanzas me ayudaron a desempeñarme favorablemente e incluso en mi desarrollo profesional, pues siempre, siempre traté de vestirme adecuadamente y llevar algún perfume sutil y por supuesto… escribir bien mis textos.

Las palabras se agotan y yo tengo mucho que contar de este pequeño espacio, que es la mitad del universo…


*Artista visual, escritora y terapeuta

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