DECIR-Y-HACER / Enrique Ruiz García
(Poema inédito, México, años 1970)
Este es el Che Guevara
de la coherencia lúcida:
decir-y-hacer
en la misma entramada
palabra-acción
nunca dicha la voz-sin-acto.

Enrique Ruiz García (1924-2015), “La herencia del Che Guevara”:

—El paso del tiempo, al eliminar los elementos emocionales, proporciona a la figura de Ernesto Guevara, de 39 años a la hora de la muerte, su verdadera perspectiva histórica: la de la absoluta coherencia entre el decir y el hacer. Quizá sea ese aspecto, singularmente preciso, el que ha proporcionado al comandante Guevara su mayor y más profunda influencia entre las juventudes.

—Todo lo demás corresponde, en su esencia, a un dilema crítico: a la elección de los medios revolucionarios respecto a los objetivos de la Revolución.

—Pero los supuestos generales del pensamiento guevarista merecen, cuando menos, una reconsideración adecuada.

(ERG, América Latina hoy. Anatomía de una revolución. 2 tomos. España, Ed. Guadarrama, 1971, segundo tomo, p. 353).

LA CRÍTICA DE LAS ARMAS Y LAS ARMAS DE LA CRÍTICA

Octavio Paz en Posdata: 
—Las teorías sobre la guerrilla del infortunado comandante Guevara (la disidencia intelectual no excluye ni el respeto ni la admiración) fueron y son un extraño renacimiento de la ideología de Blanqui en pleno siglo XX. Extraño por inesperado y por desesperado. Pero Blanqui, al menos, fundaba su acción en la homogeneidad de la masa urbana, en tanto que la teoría de la guerrilla ignora la heterogeneidad entre el campo y la ciudad.

(OP, Posdata, México, Siglo XXI, 1970, p. 91).

CHE GUEVARA SIN AURA / Rogelio Villarreal, director de Replicante:
—Mató en nombre de unos ideales que llevaron a Cuba a la ruina. El socialismo, por donde quiera que se le vea, produjo peores condiciones para los pueblos en que se impuso, a costa de miles o millones de muertos. Ni hombre nuevo ni reino de la libertad, todo lo contrario. No entiendo esa veneración por el Che ni su pretendida justificación por las condiciones históricas de la época. Fue consciente de lo que hizo, mató a sangre fría y se creía el prototipo del hombre nuevo.

“Aullando como poseído, asaltaré barricadas o trincheras (…) Teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos (…) ya siento mis narices dilatadas, saboreando el acre olor de pólvora y de sangre, de muerte enemiga”, Che, Notas de viaje (La Habana, 1962).

—Así es, milité en el partido comunista mexicano (como mi padre). No, no me volví anticomunista ni derechista, simplemente dejé de creer en ese dogma, como tantos otros, a la luz de numerosos documentos, libros, testimonios… y un par de viajes a Cuba.

—No soy ningún converso, y yo mismo emprendí mi propio proceso de “rectificación”, por así decirlo. No tengo la más mínima admiración por Lenin ni por Stalin ni por Castro ni por el Che por muchas razones, algunas de las cuales expuse aquí, sólo para que me descalifiquen. Veo que la admiración a ese personaje detestable trasciende ciertas rectificaciones y que sigue siendo casi sagrado. Bien, allá ustedes…
—No debo insultar al Che, no debo insultar al Che, no debo insultar al Che, no debo insultar al Che, no debo insultar al Che…

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