Un año con Trump. Lo mismo en Estados Unidos que en México, los portadores de profecías de depuración, sea ésta nacional, racial o moral, suelen terminar sofocados por sus propias impurezas e incongruencias, tras provocar perturbaciones de diversos grados en todo lo que tocan. Dentro de diez días, el sábado 20 de enero, Donald Trump cumplirá su primer año en la Casa Blanca y ya empiezan a revertirse tanto su retórica de ‘limpieza’ de lo que en campaña llamaba el lodazal de la política de su país, como su promesa de depurar a Estados Unidos de la presencia contaminante de mexicanos.

Hoy se acumulan las evidencias del envilecimiento que en un año han agregado él y sus secuaces a la ciénaga política de Washington, mientras un mexicano, Guillermo del Toro, ha sido distinguido como el mejor director de cine del mismo año, entre millones de compatriotas suyos que emigran para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, en general, enalteciendo en paralelo a su país de origen y al de acogida.

Junto al catálogo de episodios registrados en el ya célebre libro del periodista Michael Wolff, que acreditan con creces los elementos destructivos del título: Fuego y furia dentro de la Casa Blanca de Trump (Fire and Fury inside the Trump White House), se amontonan también indicios de conflictos de intereses entre los negocios privados del magnate y su familia y algunas de sus posiciones y decisiones gubernamentales, particularmente las relacionadas con Rusia e Israel.

Zozobra. Todo puede ocurrir bajo una presidencia enajenada al discurso del proteccionismo profético de ‘America first’, regida además por impulsos y corazonadas de negocios, en este 2018, geopolíticamente el año más peligroso desde la terminación de la guerra fría, como asienta en sus escenarios del fin de semana el director adjunto de El País, Lluis Bassets. Este primer mes, arrinconado por las nuevas revelaciones y el propósito de interrogarlo directamente que ya anticipó el fiscal especial que investiga la injerencia rusa en su elección, Trump podría tratar de recobrar la iniciativa en este aniversario de su toma de posesión.

Y hay zozobra entre los socios comerciales de México en Estados Unidos por la posibilidad de un anuncio presidencial espectacular relacionado con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ya sea que reencauce o dinamite la sexta y probablemente última ronda de negociaciones a celebrarse tres días después de ese aniversario, del 23 al 28 de enero. Y ante los escenarios críticos que abre el fenómeno Trump para México y el mundo en este y los siguientes años, acaso los más complicados en varias generaciones en nuestro país, paradójicamente ningún candidato presidencial ha incluido el tema en sus reflexiones, programas de acción y propuestas de reacción.

Nuevo campo de batalla. Parecería dominar entre los contendientes una competencia para discernir quién de ellos y cuáles de sus partidos son los peores. López Obrador y Anaya compiten además por el monopolio profético de la depuración de la vida pública, a la manera de Trump, acaso como cortina de humo para ocultar las impurezas y las incongruencias de sus trayectorias y los antecedentes de sus secuaces, como los de Trump, así como sus probables conflictos de intereses.

Pero quizás lo más revelador de estas exhibiciones es que prefiguran el perfil de sus eventuales gobiernos. Con la estabilidad genial de que hace gala el magnate que en campaña amenazó con encarcelar a su oponente (Hillary), AMLO un día hace lo mismo con los erigidos en sus enemigos mortales y otro los perdona. Pero un adepto de Anaya, gobernador de Chihuahua, fue más lejos: filtró a los medios una real o ficticia orden de captura contra un ex presidente del PRI y enseguida acusó a Hacienda de retener en respuesta fondos para su Estado: la desinformación como el nuevo campo de batalla inaugurado por un presidente estadunidense que en su primer año de gobierno es reconocido como el mayor factor de riesgo para México y el mundo.

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