Hace tanto y tan poco como tres años Enrique Peña Nieto protestaba ante el Congreso como Presidente de la República, cargo al que aspiró desde que asumió la gubernatura del Estado de México en el año 2005 y que fue trabajando con habilidad, disciplina y contundencia política, hasta el punto que dos años antes de la elección presidencial de 2012 nadie dudaba que él sería el candidato de su partido, el PRI, para intentar llevarlos de vuelta a Los Pinos.

Antes de que siquiera estuviera sentado en la silla, Peña Nieto estaba ya trabajando la convocatoria de los distintos presidentes de los partidos políticos con representación en el Congreso para sumarse a un gran acuerdo nacional que posteriormente conocimos como el Pacto por México. Pocos imaginaríamos la eficiencia y efectividad de este documento que logró concretar las muy mencionadas pero nunca realizadas reformas estructurales que en varios sexenios estuvieron en el horno pero siempre se quemaron antes de salir de él.

La consecución de las reformas energética, de telecomunicaciones, educativa, financiera y política marcaron la consolidación de lo que al exterior de nuestro país se le conoció como el mexican moment que sin duda hizo que los ojos de los inversionistas extranjeros voltearan a ver a México.

Sin embargo, eventos propios y ajenos marcaron una estrepitosa caída en la percepción de la administración del presidente. Temas como la Casa Blanca, que supone un vínculo de corrupción o por lo menos de conflicto de intereses entre el presidente y una empresa del sector privado, así como el tema Ayotzinapa, la fuga del Chapo y por supuesto un crecimiento económico menor a lo prometido una vez aprobadas las reformas estructurales, fueron asuntos que vulneraron la imagen del primer mandatario.

El constante golpeteo político a algunos de los colaboradores del presidente y la decisión asumida por él de soportar los golpes que deberían ser absorbidos directamente por sus secretarios y primer círculo es un elemento adicional que ha mermado directamente al primer mandatario.

Sin embargo, el legado del presidente se traduce en las reformas estructurales que sientan las bases para que esta o siguientes administraciones materialicen los beneficios para el país. Quizá en este sentido el gobierno federal trató a toda costa de hacer de las reformas un elemento de posicionamiento político, bombardeando a la sociedad de spots que hablaban de los beneficios inmediatos de las reformas, mismos que en gran parte de la población aún no se sienten, en buena medida porque su circunstancia económica no cambia, ni se han generado los empleos prometidos a partir del despegue que generaría las reformas y por supuesto por una inversión extranjera que no ha llegado en los montos esperados principalmente porque el sector petrolero dejó de ser apetecible por los bajos precios del petróleo en el mundo.

En mi opinión, al presidente aún le queda el gran reto de trabajar con instituciones ya formadas, algunas incluso durante esta gestión. Las reformas estructurales crearon o rediseñaron instituciones como el Instituto Federal de Telecomunicaciones, la Comisión Federal de Competencia Económica, la Comisión Nacional de Hidrocarburos, Pemex e incluso la autonomía de la PGR que ya opera con independencia del ejecutivo, todas las anteriores con nuevas facultades para llevar a cabo de manera más eficiente su trabajo. Por supuesto también es importante seguir consolidando Cofepris, Profeco, Inegi, Profepa y algunas otros organismos o dependencias federales que regulan actividades fundamentales para los mexicanos. Cuando se consolidan las instituciones, es cuando los cambios de gobierno y de partido empiezan a tener menor impacto desestabilizador en el andar de una nación, por eso esta puede ser una gran oportunidad para el segundo tramo del gobierno del Presidente Peña Nieto.

Abogado con maestría en Políticas Públicas. @maximilianogp

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