Será acaso por estar ya en vísperas de la celebración de la Navidad y todo aquello que gira vertiginosamente a su alrededor. Tal vez por que cada que se acerca el final de un diciembre asumimos la responsabilidad de realizar una seria reflexión sobre lo vivido a lo largo del año,  y poner sobre la mesa las pequeñas cajas donde se acomodan los éxitos y fracasos, lo ganado y lo perdido, así como la nueva ubicación que tenemos en la perspectiva de la vida misma, más aún por aquellas pérdidas de afectos cercanos. Podría ser también la pura idea de saber que el próximo año traerá consigo un cumpleaños diferente, de esos que se miden por décadas, completando ya una media docena. Todo lo anterior me lleva a pensar que estoy siendo arrastrado por atravesarme en la carrera de un par de caballos y estoy atrapado entre sus patas, que pasan del galope a una carrera desenfrenada. Permítanme explicarme.

Recientemente leí algo sobre una fábula de Platón que habla sobre el equilibrio que los seres humanos debemos conseguir en la vida y la ejemplifica como un carruaje que transita sobre el camino al margen de barrancos y que mueven dos caballos, uno blanco, noble y obediente y el otro negro, rebelde y desbocado. Era su manera de explicar la disyuntiva que caracteriza la naturaleza humana y la forma de conducirse en la vida,  ya que muchas veces nos obliga a elegir entre la razón y las emociones. Es una buena fábula cuya conclusión es que si dejamos solo al caballo negro, finalmente se desbocará en el camino y caerá al barranco. Pero, ¿quién tendrá a mano la maravillosa respuesta de asignar un lugar específico a ese bendito equilibrio entre la carrera de ambos corceles?

Revisando en mi memoria, como algo anecdótico y en una interpretación paralela, la última ocasión que estuve en ese vericueto ecuestre fue hace ya algunos años, cuando dos amigos muy cercanos tuvieron una diferencia por razones de trabajo y estuve justo en medio de ambos, ya que dejaron de hablarse y debiendo hacerlo, me utilizaron como enlace de comunicación que, con cierta sana malicia, debía yo matizar para evitar un probable rompimiento, hasta que uno de ellos me cuestionó el por qué estaba yo jugando ese papel y mi respuesta fue simple: “porque ustedes me colocaron ahí y aprovecho que lo mencionas para salirme del embrollo”.  Dejé que ellos zanjaran sus diferencias y para mi suerte, todo volvió a la normalidad algunos días más tarde.

Otra historia sucede cuando ambos caballos son únicamente nuestros, ellos trotan, galopan  y corren solamente en nuestro interior. Ese juego entre darle rienda suelta a la emoción o frenar el ímpetu con la fuerza y guía de la razón, es la manera tradicional de hacer frente a la vida para intentar evitar muchas de las dificultades que el azar nos regala cada que se le ocurre. Desde siempre se ha manejado la importancia de darle más peso a la razón, si se pretende reflejar ante los demás una vida ordenada. Eso significaba para mucha gente un importante sacrificio y privaciones, es dejar atrás ciertas oportunidades que podrían encaminarles a la felicidad. Hoy se debate en el sentido de que debe privilegiarse la emoción para realmente disfrutar de la vida y en muchas sociedades actuales, particularmente en sus generaciones jóvenes, consideran que lo más importante es vivir el momento sin pensar demasiado en el futuro.

Vale el caso, en temporadas y circunstancias como las que nos presenta el cierre de un año, digamos muy azaroso, se antoja pensar más en medidas estrictamente razonables para reflexionar y actuar en consecuencia para acomodar propósitos y acciones para el año que viene por delante. Pero la razón sin la emoción puede causar la misma dimensión de daños colaterales que la emoción sin la razón. En un año difícil, la emoción puede resultar el contrapeso de una mejor actitud ante los retos de un futuro inminente si va acompañada de su dosis de razón.

Ni hablar, creo que es mucho mejor combinar siempre un poco de ambos caballos, la razón y la emoción deben estar presentes para llegar al buscado equilibrio. Este último mes tiene sus días donde hay que darle rienda suelta al caballo de la emoción, este se debe lucir y en un momento ser montado por una jinete llamada sensatez, para que las fiestas se puedan disfrutar como debe ser. Después, la razón nos tendrá listo papel y lápiz para los propósitos del año que viene en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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