Todavía a las 21:00 horas del jueves pasado funcionarios de la Secretaría de Seguridad Pública confirmaban que Ovidio Guzmán, el hijo del Chapo, se hallaba en manos del gobierno federal. “Lo tenemos. Ahorita sacamos texto”, informó uno de ellos.

En la Secretaría se redactó incluso un boletín que intentaba aclarar las aguas tras la deliberadamente confusa declaración del secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, en la que se anunció que Guzmán fue localizado en un patrullaje de rutina realizado por Sedena y la Guardia Nacional, y en la que se precisó que tras “las acciones violentas” ocurridas en Culiacán aquella tarde, el gobierno había decidido suspender las “acciones”.

El boletín en cuestión indicaba que, en efecto, Ovidio Guzmán estaba detenido. Pero no salió a la luz. Según una fuente consultada por el columnista, en la Secretaría corrió como pólvora la versión de que el propio Durazo paró de último momento la difusión del documento. “Para nada está detenido”, le informó el secretario a sus colaboradores.

En las redes sociales corría desde las tres de la tarde la noticia de que uno o dos hijos del Chapo Guzmán habían sido aprehendidos por el Ejército, y que la gente del Cártel de Sinaloa estaba tratando de rescatarlos. “As de cuenta que soltaron al diablo”, se leía en un chat difundido por reporteros y policías.

A las tres de la tarde, la Secretaría de Seguridad Pública local detectó, a través de las cámaras del C4, “gente armada obstruyendo la avenida Obregón y toda el área de Tres Ríos”. Se inició un despliegue policiaco, según el secretario de Seguridad, Cristóbal Castañeda, y se requirió el apoyo de autoridades federales.

Comenzaron a llegar reportes de fuertes tiroteos en al menos seis puntos de la ciudad. El secretario Durazo le diría al país horas después que elementos castrenses fueron agredidos desde una casa, y que en esa casa se encontraba Ovidio Guzmán. Como se admitió más tarde, lo que afirmó el secretario no era cierto. Se había tratado de un operativo “con fines de extradición”.

Pero ese operativo se salió de control. Mientras el Cártel de Sinaloa “soltaba al diablo” —enfrentamientos en calles densamente transitadas, autos y patrullas incendiados en vialidades principales, vehículos despojados con violencia, militares retenidos, reportes de muertos (9) y heridos (23)—, en las redes explotaron todo tipo de comunicaciones captadas en frecuencias de radio:

“Lo vas a soltar o qué pedo, mi chavo, cómo quieres el baile… Venga, guacho, de volada respóndeme, se te está hablando bien, suéltalo y vete tranquilo y no se te va a hacer nada. Si no, te va cargar la verga”.

En otra comunicación se escuchó la orden de “ubicar a los guachos y a sus familias”. Fuentes de la SSPC relatan que los operadores del Cártel de Sinaloa amenazaron con ejecutar a las familias de estos, con quemar camiones con pasajeros adentro y con volar pipas de gasolina en colonias populares.

Transcurrieron seis horas de versiones, de confusión, de pánico, de gente resguardaba detrás de los autos, en tanto las balas tronaban. Se difundió al fin que Ovidio Guzmán había sido liberado, o que nunca fue legalmente aprehendido, tras un operativo precipitado y fallido: la entrada en sociedad —con el pie izquierdo— de la Guardia Nacional del presidente López Obrador.

El gobierno no solo perdió a Ovidio aquel jueves. Perdió a la prensa internacional. The New York Times habló de la “gran humillación para el gobierno del presidente López Obrador”. The Washington Post, de “una muestra notable de la incapacidad del Estado para enfrentar al crimen organizado” y de “una muestra importante de debilidad del gobierno de México”.

La exhibición mundial de impericia abarcó periódicos argentinos, ingleses, brasileños, españoles, canadienses, incluso rusos. “El narco le torció así otra vez el brazo al gobierno de López Obrador”, señaló El Clarín.

El rescate de Ovidio Guzmán fue la culminación de una semana negra para la 4T. Ese día el Estado desapareció en Culiacán por unas horas, y se exhibieron las confusiones que privan entre quienes hoy manejan la seguridad del país.

Lo peor es que se demostró que no hay otra estrategia de seguridad más que “la paz espiritual” del presidente. Un error del gobierno de AMLO sumergió a una ciudad entera en el terror: Culiacán —como lo fue Tlahuelilpan— es otro de los fracasos estruendosos de este gobierno, por más que sus adeptos nos lo intenten vender como un triunfo disfrazado de “humanismo”.

Como alguien ha dicho por ahí, hubo en efecto un punto de inflexión: es Culiacán. Y fue para abajo.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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