Con el arribo a los 100 mil muertos por Covid-19, muchos mexicanos afloran su queja contra el Presidente; y con decepción y enojo se arrepienten de haber votado por él, como si eso modificara el pasado o mejorara el presente. Los que lo aplauden por obligación saben que es insostenible esta ruta y que tarde o temprano también a ellos se les acabarán los beneficios porque los recursos cada vez son menos.

La gran mayoría de mexicanos coincidimos en qu e es insostenible e inviable el cáncer de la corrupción, la pobreza, la violencia, la inequitativa distribución de la riqueza, la desigualdad, los bajos salarios, la falta de oportunidades, la falta de servicios básicos, el gobierno de la impunidad y la injusticia, la marginación, la discriminación, la dependencia del exterior y una larga lista de realidades que sufre nuestro país.

Un gran número de mexicanos mantienen su fe ciega hacia el presidente y su gobierno. Otros muchos sufren con frustración los errores, irresponsabilidades, incompetencias, incongruencias, improvisaciones e ilegalidades con que opera la administración: y otros, más realistas, ven con madurez las oportunidades que la crisis nos ofrece y con esperanza cierta quieren aprovechar los aprendizajes que nos ofrece el Presidente y su 4T.

¿Qué nos enseña el Presidente? Que no se puede confiar en que una persona haga todo lo que a todos nos corresponde. Es responsabilidad de cada uno, participar en su área de actividad, para lograr mejores condiciones de vida. No podemos evadir o dejar en manos de otros lo que a nosotros nos corresponde hacer. Los iluminados, rescatadores y mesías no tienen cabida, nunca más.

Independientemente del partido, no podemos elegir gobernantes sin saber qué piensan, si están de acuerdo con nuestros principios, si no atienden nuestros intereses, si su trayectoria política o de gobierno es o ha sido mediocre. No podemos SÓLO votar reactivamente, con el hígado, porque el gobierno anterior fue un corruptazo o su administración un desastre. Es nuestra responsabilidad informarnos para decidir responsablemente; y buscar, en nuestras decisiones, el bien nacional.

Ni en los partidos y menos aún en el gobierno (en cualquiera de los tres poderes o niveles de gobierno) se puede tener gente incompetente, corrupta o mediocre; ni postularlas para ocupar puestos de elección popular. La lista la encabeza el doctor “Muerte” Hugo López-Gatell.

La racionalidad en el gasto público implica destinarlo a aquello que mejore el bienestar social, la operación de la administración pública y en activos que incrementen nuestro valor país. Ocurrencias como la austeridad republicana, eufemismo de austericidio, no tienen cabida. Las inundaciones de Tabasco y Chiapas fueron provocadas en gran parte por el despido de los técnicos especialistas de Conagua en el manejo de ríos y sus afluentes; y por dejar de invertir en la infraestructura que estaba diseñada y programada justamente para evitar estos desastres.

Pero el principal aprendizaje radica en que este 2021 debemos optar, electoralmente, por recuperar al país y su rumbo. Participar activamente en la sociedad organizada; exigir a los partidos que hagan suya la agenda ciudadana, postulen candidatos honestos y comprometidos, rindan cuentas y se dejen auditar; ciudadanizar instituciones como la Función Pública, entre muchas cosas por hacer. Así lograremos capitalizar, para bien, el mal que sufrimos, envueltos en demagogia y autoritarismo.

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