En las elecciones, los académicos estamos a prueba. Al ser personas con múltiples dimensiones, todos tenemos inclinaciones políticas que se combinan con nuestras preocupaciones ciudadanas, posiciones, historias y más específicamente, con nuestras herramientas intelectuales de trabajo.

¿Podemos ser objetivos pese a que nuestras simpatías ideológicas muestran ser —en la realidad— rechazables? ¿Hemos aprendido —y enseñado a nuestros estudiantes— a cuestionarnos a nosotros mismos para poder ganar en entendimiento? ¿Honramos la verdad aún cuando nuestra opción electoral es —momentáneamente— triunfadora? Educación y política van de la mano. Separarlas es reducir demasiado las cosas. Incluso, me atrevo a pensar, que la educación puede beneficiarse de la política por la toma de posición que ésta implica y viceversa, la política puede servirse del razonamiento que la buena educación cultiva.

Pero no podemos ser ingenuos. Actualmente, en México, algunos políticos saben que ante la verdad, pierden; se hacen menos poderosos ante el pueblo. Por esto promueven la polarización a diestra y siniestra. En cambio, un académico que rechaza la monomanía sabe que está en camino de comprender mejor las cosas aunque sea impopular. Lo popular, nos recuerdan los filósofos griegos (Crito), no necesariamente es verdad.

La etapa de confrontación y cancelación que vivimos demanda una defensa de la verdad y creo que los que podríamos estar formados en primera línea para la vacuna contra la mentira somos los académicos. Buscar la verdad es materia primordial de nuestro trabajo, nos dota de identidad y de un salario para vivir. ¿O es que el especialista ya es inútil? ¿En qué nos hemos convertido frente el ataque y las mentiras de Palacio? ¿Qué fue de los buenos académicos que ahora practican el “maromeo” en vez de la crítica, se “hacen de la vista gorda” frente los hechos de la realidad, relativizan el mal, y profesan la lógica “Mañanera”: “si me cuestionan con fundamento y razón, descalifico”.

A medida que avancen las elecciones, la confusión va a crecer. Todo ello bajo un ambiente donde la mentira puede brillar más que la verdad. De acuerdo con Soroush Vosoughi, Deb Roy y Sinan Ara, investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), las noticias falsas pueden viajar más rápido por Twitter que las verdaderas. Apoyándose en una base de datos de 126 mil historias que fueron tuiteadas por casi 3 millones de personas alrededor de 4.5 millones de veces, estos autores muestran que la falsedad sobre varios temas se difunde más rápido y ampliamente, pero los efectos son mayores en lo relacionado con la política. Esto es así porque la gente, según estos académicos, desea compartir información “novedosa”. Querer dar la primicia antes que verificar la veracidad de la nota es entonces un error y este error es humano. Contrario a lo que se piensa, concluyen los especialistas, esta conducta es reproducida en mayor grado por las personas que por robots (Science 359).

Ante las elecciones, los académicos estamos a prueba porque a los políticos, según el dramaturgo y premio Nobel, Harold Pinter, lo que les interesa es mantener el poder, no la verdad. A nosotros sí.

Investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS)

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