A Héctor Suárez, un gran mexicano.

En 1983 fui invitado por José Manuel Gil Padilla, entonces director general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), a dirigir el departamento de Estudios Políticos; el Centro ya era entonces una institución prestigiada del Estado mexicano; en esa época conocí a brillantes académicos cuya amistad me honra como la doctora María Amparo Casar, el maestro Gabriel Díaz Rivera y el doctor Francisco Valdés Ugalde; también estaba en el equipo un joven y talentoso ayudante de investigación, el doctor Víctor Alarcón Olguín.

La producción académica del CIDE era muy sólida y casi todos los departamentos tenían publicaciones en las que divulgaban sus investigaciones: el Instituto de Estudios de Estados Unidos, entonces dirigido por el doctor Carlos Rico, tenía Estados Unidos Perspectiva Latinoamericana; el departamento de Economía, a cuyo frente se encontraba un lúcido economista, Jaime Ros, Economía Mexicana, entre otras, pero Estudios Políticos no tenía su propia publicación y a mí me pareció indispensable que tuviéramos una.

Lo primero fue organizar las tareas de los integrantes del equipo de manera que cada uno pudiera especializarse en alguno de los temas relevantes de la política mexicana: el Poder Ejecutivo, el sindicalismo, el movimiento urbano popular, la Iglesia Católica, etcétera, desde las postrimerías del porfiriato hasta ese momento (gobierno de Miguel de la Madrid), así estaríamos en condiciones de producir un documento de análisis de la coyuntura que se llamaría Política Mexicana.

Un año después, en mayo de 1984, apareció el número cero que incluyó diversos análisis de miembros del departamento, yo titulé al mío: “Tiempos difíciles para la nación” y era la crónica de 60 días azarosos: el asesinato de don Manuel Buendía, el periodista más influyente de esos días; la incursión en territorio mexicano de tropas guatemaltecas para escarmentar a los refugiados que se encontraban en el campamento “El chupadero” y la marcha del primero de mayo en la que un acto rutinario de respaldo al régimen se convirtió en una ruda protesta por el empobrecimiento de los trabajadores con todo y una bomba Molotov que se arrojó hacia los balcones de Palacio Nacional.

Nuestra publicación se difundió entre la comunidad académica del CIDE y de otros espacios y tuvo una buena respuesta. A continuación trabajamos el número doble cero y después el triple cero, pero finalmente el presidente del CIDE —en esa época Ricardo Carrillo Arronte— me informó que no apoyaría nuestra publicación, alegó que no iba a exponer a la institución a las presiones de la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era Manuel Bartlett; de nada sirvió que yo adujera que éramos una institución académica y que no teníamos que pedirle permiso a Gobernación; esa fue una de las razones que me llevaron al convencimiento de que no tenía mucho sentido mi permanencia en el CIDE.

Poco tiempo después fundé Grupo Consultor Interdisciplinario, S.C. y decidí recuperar el proyecto de un documento de análisis político de la coyuntura que llamé Carta de Política Mexicana, que se ha publicado ininterrumpidamente a lo largo de casi 30 años.

Con el paso del tiempo el CIDE se fortaleció y creció su prestigio, que hoy traspasa nuestras fronteras; imparte licenciaturas, maestrías y doctorados en las ciencias económicas y sociales, importantes inversiones lo dotaron de instalaciones y recursos tecnológicos de avanzada, su cuerpo docente es de excelencia y sus alumnos de todas las clases sociales, incluyendo de escasos recursos, a quienes el Centro ofrece becas y apoyos financieros, son de primera. Desde siempre el Centro mantiene su compromiso fundacional con el desarrollo del país y la suya es una comunidad profundamente arraigada y comprometida con los problemas y desafíos que enfrenta México.

Hace unas semanas se anunció un recorte al CIDE y a otros centros de investigación del 75% de los gastos operativos. Bienvenida la rectificación. Solo desde una visión contraria al interés del país pudo haberse impuesto un recorte draconiano que los habría asfixiado.

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