La Unión Tepito secuestró a un funcionario del gabinete de Miguel Ángel Mancera. Los hechos sucedieron en 2017. El gobierno capitalino había iniciado un proyecto para instalar una ciclovía en la calle República de Perú, que pasa frente a la Arena Coliseo.

Precisamente frente a este recinto existía una terminal de autobuses clandestina, en la que se efectuaban corridas diarias al sureste mexicano. En aquella terminal “pirata”, los registros tanto de viaje como de pasajeros se llevaban en cuadernos escritos con letra de molde: los seguros de viajero eran dudosos, todo carecía de garantía legal.

Debido al bajo costo del pasaje, la ruta es muy solicitada por comerciantes que viajaban a la capital a abastecerse de ropa, juguetes, enseres diversos. El resultado era un caos vial permanente en aquella estrecha, antigua calle del centro histórico.

El proyecto, que consistía en tender la ciclovía entre Eje Central y República del Brasil, irremediablemente iba a entorpecer las actividades de la central camionera “pirata”.

Sin embargo, se llevó a cabo. El gobierno capitalino comenzó a instalar pequeños topes de concreto a lo largo de la vía, a fin de crear un carril confinado. La “terminal” perdió, de un día al otro, el espacio en que efectuaba las operaciones de carga y descarga de pasajeros. Desde el primer día hubo una oposición, virulenta, no solo de los encargados de la central camionera, sino también de vecinos y comerciantes.

Al advertir que los reclamos no prosperaban, la estrategia cambió. Por la noche, manos desconocidas comenzaron a volar con marro los topes que las autoridades acababan de instalar. El gobierno capitalino los repuso, y el resultado fue el mismo. Solo que ahora llegaron tipos rudos que les dijeron a los encargados de la obra que era mejor que se fueran de ahí: “En Perú no se metan”. A una mujer del equipo le dijeron: “Es el último aviso. Ya sabemos por dónde se van a sus casas”.

Se tomó la decisión, avalada por el jefe de Gobierno, de cambiar los topes por otros, de metal relleno de concreto, y sujetos al pavimento con varillas. Resultaban más costosos, pero eran imposibles de volar. Un día después de la instalación amanecieron golpeados, pero todos estaban en su sitio.

Esa noche, tal vez a la noche siguiente, el funcionario encargado del proyecto, cuyo nombre reservo por seguridad, tuvo una cena en un restaurante. Terminó a las 23:30 y despachó a su chofer. Había decidido caminar, puesto que vivía a solo unas calles de distancia. Encontró más adelante una camioneta —una Van oscura— estacionada en batería, obstruyendo el paso en la banqueta. Sucedió todo en un segundo. La puerta se abrió. A él le colocaron una capucha en la cabeza, y lo subieron al vehículo. “No te muevas, no hagas olas”, le dijeron al momento de tenderlo en el piso. Pensó desde luego que se trataba de un secuestro. Cuando le sacaron el teléfono del bolsillo del saco, supuso que lo habían hecho para negociar con sus familiares el rescate. Pero no.

Fueron minutos de terror en los que la camioneta dobló algunas esquinas. Me relata el entonces funcionario que de pronto la Van se detuvo y lo sacaron casi en vilo. Supo que lo guiaban por un pasillo, escuchó “los ruidos propios de una vecindad”. Luego, con la capucha puesta, lo hincaron frente a una pared. Hicieron que recargara la frente en esta.

Alguien entró en la habitación. Comenzó a tablearlo con un libro grueso. En la espalda y en la cabeza. “En Perú no te metas, cabrón. Sálganse o se los carga la verga”. Vinieron más golpes. “¿Entendiste, o cómo quieres que te lo diga?”. Lo sacaron de la habitación, lo subieron a la camioneta y lo fueron a tirar a unos pasos de su casa. Sintió que habían pasado dos horas. Fueron solo 45 minutos.

Lo supo Mancera al día siguiente. Dispuso protección las 24 horas del día para el funcionario. Se inició una investigación. La obra quedó suspendida, pero la terminal “pirata” tuvo que moverse hacia la calle de Violeta. En el gabinete todos guardaron silencio.

EL UNIVERSAL reveló hace unos días que la terminal clandestina de Perú era el sitio en el que armas y drogas enviadas desde Belice llegaban a la Ciudad de México: un centro de acopio de la Unión Tepito frente a la emblemática Arena Coliseo. Las armas llegaban desarmadas, para no hacer bulto, “con la bendición de autoridades corruptas”, según la información del diario. Un escandaloso botón de muestra del poder de la Unión Tepito. Otra historia de la capacidad del narco para retar al gobierno, al Estado.

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