Un buen amigo, profesor distinguido de historia en una prestigiada universidad española, me escribió hace unos días: “Esto es más que una crisis coyuntural. Veo con tristeza y con rabia cómo se desmorona el mundo. Fin de ciclo, fin de época. Cambio de paradigma civilizatorio” ¿Será? No lo sé. Edmundo O’Gorman, inteligente historiador y filósofo, universitario siempre polémico, solía decir que la suprema facultad del ser humano no es la razón sino la imaginación. La experiencia vivida en las últimas semanas, a nivel individual y colectivo, le da un inobjetable sustento a su dicho. No obstante, creo que debemos tratar de razonar siempre que se pueda. Razonar con rigor sustentado en los hechos y aceptar que imaginar forma parte de nuestra naturaleza. Con frecuencia, una y otra entrarán en conflicto. Darnos cuenta de ello nos puede angustiar. De nosotros depende, hasta cierto grado, que esa angustia sea normal. Así que, si alguien se ha sentido angustiado estos días, no se preocupe, pienso que es apenas normal. Aceptemos que hay cierta incertidumbre, que esta puede generar temores fundados y que, por lo mismo, a todos conviene ser cautelosos. Pero ser cauteloso no significa ser catastrofista. El rumor, la alarma excesiva, el miedo infundado pueden ser más tóxicos que el virus mismo. Esos sí que pueden generar una angustia patológica y conductas irracionales, tales como atacar al personal de salud, que es el que más se arriesga para cuidarnos. Simplemente inadmisible.

Todos hemos vivido con intensidad estas semanas. A mí me ha tocado vivirlas en Nueva York y en México. Fui positivo al Covid-19 y me sometí a una cuarentena rigurosa. Aunque estoy sano, tengo 68 años, que es un factor de riesgo. No obstante, mi evolución clínica ha sido muy benigna, prácticamente sin síntomas, como ocurre en 8 de cada 10 personas que contraen el virus. Trabajo a distancia y le he encontrado un enorme sentido a esta forma de seguir laboralmente activo. Escucho algo de música y puedo leer más. Me tranquiliza saber que mi familia y mis colaboradores están todos bien. Siempre guardamos sana distancia. Mi distancia de ellos ha sido física pero no social, estoy en constante comunicación con todos ellos. Menos aún me he distanciado afectivamente, al contrario, en todo caso ha habido una mayor cercanía. Sugiero que hablemos de distanciamiento físico (que no social) con acercamiento afectivo. Si usted no lo ha hecho, inténtelo, verá que funciona bien. Se cuida, protege a los otros, y puede establecer una genuina relación amorosa con la gente que le significa algo en su vida. De la forma como procesemos nuestra experiencia, individual y colectiva, dependerá nuestro futuro.

Decíamos que el Covid-19 o SARS-CoV2, como específicamente lo ha denominado la Organización Mundial de la Salud, es un virus que probablemente llegó para quedarse, como tantos otros. No hay a la vista una razón para pensar que se va a ir ¿a dónde? La clave radica en cómo nos adaptamos los humanos a (con)vivir con él. Como es un virus nuevo, por lo menos entre nosotros, hay más preguntas que respuestas. Así que conviene no ser impacientes. Seguramente iremos desarrollando paulatinamente cierta inmunidad, como ocurre con otros virus, contra los cuales hemos desarrollado anticuerpos ya sea a través de vacunas o porque nos infectamos. En ambos casos nuestro organismo desarrolla defensas. La ventaja de la vacuna es que desarrollamos anticuerpos sin enfermarnos, aunque a veces, tenemos alguna reacción al vacunarnos, ¿no es cierto? De manera similar, con este virus podemos contagiarnos sin que necesariamente nos enfermemos. Pero de todas formas se generan anticuerpos, y eso es lo que se está estudiando ahora: qué tipo de anticuerpos, qué tan específicos, qué tanto nos protegen, por cuánto tiempo, etcétera.

Esto es lo que están revelando las llamadas pruebas rápidas: pruebas serológicas, es decir, se hacen en una muestra de sangre. Es importante reiterar que este tipo de pruebas no sirven para fines diagnósticos. La única prueba que permite identificar al virus es la que se conoce como PCR y no se hace en sangre, sino en un exudado nasofaríngeo. Las pruebas serológicas son importantes para estudiar poblaciones específicas, por ejemplo: para tratar de conocer qué pasa con las personas que han contraído el virus y ya son negativas al PCR o para vigilar a poblaciones en alto riesgo, como podría ser el personal de salud, también para saber quiénes pueden ser potenciales donadores de sangre o quienes podrían reintegrarse paulatinamente a su trabajo con menor riesgo. Está claro que no tiene mucho caso hacerlas sin ton ni son. Yo creo que serán de gran utilidad, pero se requieren protocolos para que los resultados realmente nos ayuden a robustecer las políticas públicas en los próximos meses porque –insisto– el virus no se va a ir. Aplanar la curva (que es lo que están tratando de hacer todos los países) nos ayuda muchísimo para no saturar los hospitales, pero esta estrategia, en sí misma, no resuelve la epidemia. Creo que la solución definitiva vendrá con las vacunas. Pienso que en unos meses (nadie sabe a ciencia cierta en cuantos) habrá una o más vacunas disponibles. Son varios los centros de investigación en muchos países del mundo que trabajan a todo vapor. Pero en la ciencia, al igual que en casi todo, tiempos son tiempos. En este contexto resulta particularmente relevante la propuesta que hiciera el Presidente de México ante los Jefes de Estado y de Gobierno de las 20 economías más poderosas del planeta, con el fin de evitar el acaparamiento, la especulación y el encarecimiento de todos los insumos necesarios para enfrentar la pandemia. Si se especuló con los cubrebocas, imagínese lo que se hará con las vacunas. Ya está en marcha un proyecto de resolución para que la ONU tome cartas en el asunto. Lo planteó México hace unos días para que lo adopte (esperemos) la Asamblea General, que trabaja a distancia desde hace semanas.

La gran novedad en esta pandemia, aparte del virus, han sido las redes sociales. Creo que nunca antes se nos había dicho, varias veces al día, cuántas personas se están muriendo en cifras alarmantes. Lo que ha faltado es contexto, lo cual aumenta la sensación de peligro. Todos los medios, en todos los países, están contando muertos. Hasta ayer, más de 100 mil muertos y 1.7 millones de infectados. Habría que agregar que probablemente hay un subregistro en ambas cifras, y no necesariamente es que se oculten. Ya decíamos, todo indica que hay muchísimos que han contraído el virus y no lo saben. No lo saben porque en realidad no se enferman. De manera similar si alguien muere y no le hicieron el PCR, pues probablemente no se registra como Covid. Así que las cifras pueden ser todavía más altas. Aun así, siendo todas y cada una de ellas muertes irreparables, familias desconsoladas, proyectos de vida truncados, no podemos ignorar que en este mundo mueren alrededor de 150 mil personas diariamente. Que en lo que va del año han muerto más personas por hambre que por este coronavirus, que han muerto más personas por VIH y problemas asociados que por Covid, y no digamos por cáncer, son muchas más. Ciertamente estas causas de muerte no necesariamente son comparables, pero entonces ¿por qué la obsesión por los números? Algunos medios hacen tablas como si fueran medalleros olímpicos. Tantos sospechosos, tantos positivos, tantos hospitalizados y tantos muertos, por país. Tantas de oro, tantas de plata y tantas de broce. Las cifras no son comparables en un sentido estricto, porque no se han utilizado los mismos métodos de registro. No es una competencia, es una pandemia, muy grave, por cierto, y cada quien lidia con ella lo mejor que puede.

Se olvida, en cambio, que hay héroes allá afuera trabajando sin tregua en los hospitales, que hay quienes allá afuera tratan de sostener la economía para que no se colapse, que hay millones de personas en el mundo que necesitan salir a trabajar para comer algo esta noche. Ante un virus que, por lo pronto se queda, conviene tener el panorama completo. La angustia de no saber qué hacer por tanta información sesgada, manipulada, imprecisa e inexacta, que se vuelve viral, hace más daño que el Covid. Cuídese, el distanciamiento físico es, hoy por hoy, nuestra mejor opción.

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