La condición de víctima es una situación seria que merece ser tratada con respeto y a la que se debe dar toda la atención psicológica, jurídica, médica y de acompañamiento necesaria a fin de cambiar las condiciones que vulneran la integridad de la persona y que, incluso, pueden poner en peligro su vida.

Ahora bien, es muy importante diferenciar la condición de una verdadera víctima del "victimismo" que explotan muchos y muchas, especialmente, quienes han hecho de la política y la lucha social una actividad altamente redituable.

El victimismo político es la adopción consciente y recurrente de una postura de víctima para denunciar una persecución inexistente, explotar la lástima o culpar a los y las demás de sus corruptelas, errores, fracasos y falta de logros y así librarse de la responsabilidad de sus acciones, omisiones, incompetencias o malas decisiones. Los y las victimistas se cuelan en todos los espacios y luchas mientras les resulte conveniente: feminismo, medio ambiente, búsqueda de personas, partidos y movimientos políticos, etc.

El victimismo político puede desencadenar actos cuasi-paranoides, delirios de persecución y hasta agresiones violentas cuando la auto-nombrada “víctima” no se limita a culpar a los y las demás de sus inadecuaciones sino que acusa, difama y agrede desde la exageración, la mentira y la calumnia más absurdas y extremas embaucando a las personas que ha logrado engañar dentro de partidos, organizaciones e instituciones.

El victimismo político es claramente diferente de los casos de las víctimas reales, pero en ocasiones es difícil diferenciarlo, gracias al histrionismo del que hacen gala quienes han hecho de victimizarse un arte, por lo que es sumamente importante aprender a detectar cuando estamos ante quien asume el rol de víctima como parte de su actividad política o activismo social.

Las conductas que desarrollan las y los victimistas para convencernos de que quienes les estorban, les generan inseguridades o ven como competencia son sus atacantes, pasan por la descalificación y la difamación; por inventar, adaptar y manipular datos con el objeto de sembrar confusión, lástima y discordia o por elaboradas mentiras, fáciles de refutar, dirigidas contra las personas que son blanco del encono de quienes lucran con ser víctimas.

Estas personas, que hacen de la mitomanía una fortaleza, explotan la lástima y la empatía para engatusar, chantajear, extorsionar y demandar compensaciones costosas de personas y autoridades como forma de resarcir los daños imaginarios que aseguran han sufrido y así obtener beneficios económicos —contratos, candidaturas, premios, reconocimientos y becas— olvidando que esta forma de navegar por la vida va dejando rastro, especialmente en la era de la eternidad virtual.

El victimismo político se exhibe de manera más obvia durante las campañas cuando se agitan con mayor fuerza las aguas más negras y fétidas del pantano de la política.

Estemos alertas.

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