El sábado pasado tuve la oportunidad de participar en un foro público en modalidad virtual sobre la Digitalización, Automatización y Empleo, junto a colegas rectores y directores generales de otras tres instituciones de educación superior (IES) públicas y privadas. El reconocido periodista que nos invitó a los colegas y a un servidor a participar en esa edición de su programa, pretendió generar una charla sobre los retos que viven hoy las IES, en el contexto de la cuarta transformación digital y la crisis sanitaria que ha traído graves consecuencias en los sectores productivos y en la sociedad en general.

La conversación inició y las preguntas que abrieron la plática abordaron coincidentemente, sin que ello fuera novedoso, el papel resiliente, flexible y proclive a reinventarse -sobre todo esto último-, que no debemos perder de vista las instituciones de educación superior.

Con esta idea en mente, consideré muy oportuno compartir este martes #DesdeCabina la reflexión respecto de ese papel tan transcendente que pueden y que más bien deben tener las universidades e institutos de educación superior para mantenerse no solo vigentes sino además para transferir esa mística a sus comunidades de trabajadores, docentes y estudiantes. La imperiosa necesidad de seguir aprendiendo, de no quedarse quieto, de buscar horizontes que, en el marco de las atribuciones y visión institucionales, permitan garantizar una adaptabilidad a prueba de cualquier temporal, de transformaciones gubernamentales, de terremotos económicos y sobre todo de transformaciones tecnológicas y del conocimiento.

Cuántos en esta pandemia nos hemos quedado a la saga, mirando como otros aprenden nuevas cosas, toman diplomados, se aventuran a descubrir o crear nuevos hábitos, a generar o emprender en este contexto. Cuántos, por otro lado, han ocupado estos momentos en que este virus indomable del SARS-COV2 sigue haciendo de las suyas, para vacacionar -aunque aparentemente trabajan-, para relajar aún más sus vidas quizá de por si ya relajadas. Cuántos se han esmerado en aprender, en construir cosas positivas o incluso en destruir aquellas que les afectan o afectan a otros. Los clave coincidíamos en la conversación del sábado -o al menos esa fue mi interpretación-, es seguir aprendiendo.

La construcción de organizaciones resilientes, integradas por personas fácilmente adaptables, con alto grado de flexibilidad es una tarea estudiada por cientos de investigadores de las teorías organizacionales, los recursos humanos y el liderazgo; el propio Peter Senge, en una de sus aportaciones respecto de las organizaciones inteligentes, señala como una gran ventaja competitiva, el que las organizaciones cultiven disciplinas que promuevan entre sus integrantes el aprender a aprender -que sin ser algo nuevo en realidad, hoy más que nunca reafirma su importancia-, lo que permitirá construir patrones conductuales que promuevan el que dichas organizaciones se adapten con mucha mayor facilidad a los cambios cada vez más constantes y disruptivos.

Con casi ocho meses, en que la pandemia no parece dar tregua y en los que de repente parece más cerca -o más fácil- acostumbrarse a vivir con ella o en medio de ella, es cuando cobra más sentido el permanecer siempre atento, el voltearse a ver y preguntarse si estamos listos, si nos mantenemos atentos a los cambios, si somos adaptables, si estamos construyendo nuevos caminos, si hemos puesto las bases para estar siempre aprendiendo.

Google News