Una buena parte de la “cotidianidad” que algunos pretendemos vivir en esta época de pandemia transcurre o mejor dicho se diluye entre las reuniones de trabajo, la vida doméstica, las cada vez más frecuentes salidas para atender las necesidades vitales y los festejos más inverosímilmente vividos en aislamiento. Y digo esto último sabedor de que la vida sigue y ya muchas actividades, aunque en condiciones de cuidado y protocolos extremos que nos “dan certeza” de condiciones “propicias”, son llevados a cabo.
Hablo propiamente dicho de que todos los días parecen iguales, y en algunas ocasiones, peores. Hoy, la disponibilidad para reunirse, para trabajar colaborativamente en condiciones extramuros, se ha vuelto tan natural y cotidiano, que por momentos asusta. ¿Habremos de mantener este ritmo de trabajo cuando concluya la pandemia?, ¿A qué tanto tendremos que adaptarnos en el trabajo, la escuela, con la convivencia familiar?, ¿Cómo viajaremos —otro de lo grandes temas de esta condición sanitaria, el transporte—?,

¿Qué tanto las relaciones comerciales, políticas o personales, resistirán este modo de trabajar, de operar y de lograr resultados? Como estas, muchas preguntas más brotan de la boca de adolescentes, trabajadores, adultos mayores y servidores públicos, todo parece volver a sí mismo, en esta lógica circular en la que el tiempo y las actividades parecer repetirse indefinidamente; no es ese tiempo circular de Borjes, o definiciones aún más complejas, es una mayéutica en la que todos quisiéramos colaborar, pero no es posible y mucho menos fácil.

Ya con ocho meses de vivir esta condición sanitaria que azota al mundo y en la que particularmente nuestro país no se “haya” del todo, traigo a este espacio de reflexión —que se esfuerza por ser semanal, pero que aterriza de repente de manera quincenal—, esta solitaria tribuna donde muchas cosas parecen suceder igualmente de manera circular con el tiempo, en la que quiero retomar todo aquello que hemos olvidado justamente por vivir de manera tan parecida día tras día: aquellas personas que aún sin estar con nosotros, han dejado su impronta en nosotros, aquellas que regresan en esta lógica circular, en ese vaivén de proyectos, de retos y fracasos que se han atorado en el pasado y que vuelven cuando regresamos en el tiempo, aunque sea por algunos días.

Estos días en la festividad tan “tradicional” del Día de muertos —o que debería serlo para muchos—, una gran mayoría “ha puesto su vida en hold” para recordar, para atesorar los recuerdos y no dejar en el olvido a sus familiares y a muchas personas que han influenciado nuestra vida de una u otra forma; me pregunto cuánto más habremos de resistir ese tiempo circular, ese ir y venir siendo testigos de días iguales, de lugares incólumes, de encuentros sin resolver, aguardando la mejor condición. Cómo estaremos todos al regreso, ese que de repente parece no llegar, ese regreso que por momentos se aleja en lugar de acercarse, cuánto más tendremos que vivir esta vida circular que se repite y que nos obliga a rasguñar muy en el fondo atisbos de entereza, de paciencia y de fortaleza. Sigamos viviendo en este tiempo circular, sin olvidar.

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