A lo largo de estos siete meses en los que paulatinamente hemos perdido parte de nuestras vidas, dejando temas pendientes, postergando actividades, desplazando compromisos y ausentándonos de amigos y familiares, también hemos tenido que adaptarnos de una u otra manera a nuevas maneras de trabajar, convivir con clientes, hacer seguimiento a proyectos y atender reuniones y supervisión de compañeros «para muchos esto fue totalmente nuevo, para otros fue muy natural el esquema de trabajo desde casa»; cosas que ya eran parte de nuestro día a día previo a la pandemia.

En este vaivén de semáforos, temores y urgencia por regresar a la famosa nueva normalidad —terminé por sucumbir a la dichosa definición— a la que seguimos sin acostumbrarnos, ha hecho una aparición más constante en nuestras vidas, la procrastinación, esta palabra “peculiar”  y verbo a su vez, que significa según la RAE, diferir o aplazar. Cuántos de nosotros, una vez identificando, por ahí del tercer mes de la pandemia, que esto iba para largo, no pensamos, “tiempo perfecto para terminar la tesis, para arreglar aquel asunto pendiente en casa, retomar aquel buen hábito de deporte, alimentación o para hacer un simple ejercicio de 5s en casa (para deshacernos de cuanta cosa que acumulamos a lo largo de los años)”. Cuántos no pensamos, “es una excelente oportunidad para construir nuevas maneras de disfrutar con la familia o destruir viejas costumbres que se habían enquistado en el ambiente de casa”.

Ahora que estamos acercándonos vertiginosamente a los ocho meses de la contingencia sanitaria producto de la última gran pandemia de la humanidad, reflexiono sobre la increíble oportunidad que algunos, y me incluyo en primera línea, aunque sin mucho orgullo, hemos desperdiciado para resolver durante este tiempo, aquellas cosas, proyectos o situaciones, que bien podríamos haber atendido. Sé muy bien que muchos podrían decir, que no ha sido un tema menor adaptar la vida familiar y laboral a esta realidad que nadie pidió y para la cual muy pocos, por no decir casi nadie, estábamos preparados; pero si bien la pandemia nos agarró con los dedos en la puerta, también es cierto que hemos tenido el tiempo, creo yo, para reaccionar, adaptarnos y replantear con cierto orden de ideas, aquello que ya no debíamos aplazar o diferir.

Siempre he pensado que mientras se mantenga viva la intensión, por no decir la necesidad, de resolver o atender aquello que hemos diferido, siempre existirá la posibilidad de retomar o reiniciar el proyecto o la actividad; cuando muere tal intención o necesidad o hace presencia el desinterés, en pocas palabras, cuando se “tira la toalla”, es cuando no hay nada que hacer. Este martes #DesdeCabina, reflexiono con mi parvo auditorio sobre lo que hemos hecho, o dejado de hacer principalmente, durante este tiempo que parece suspendido, en el que la gran mayoría de los días parecen repetirse como “dejavus” de película de ciencia ficción y en los que seguramente habríamos logrado bastante, si no hubiéramos procrastinado. Nunca es tarde, mañana será otro día.

Google News