Este fin de semana por fin tuve una experiencia “cuestionable” por no decir desagradable, durante la adquisición de alimentos a domicilio mediante aplicaciones electrónicas; llevo ya algunos años utilizando las diferentes plataformas, además de solicitar directamente a los establecimientos.

En esta ocasión toda marchaba como siempre, realicé el pedido y me dispuse a esperar como en anteriores veces, sin embargo, en esta en particular “desatendí” momentáneamente el celular para ocuparme de unos deberes, y cuando volví a “atender” el teléfono, resultó que el repartidor había mandado varios mensajes e “intentó” comunicarse en dos ocasiones; la plataforma igualmente notificó tanto el envío en camino como su llegada al domicilio.  El asunto es que nunca recibí mis alimentos. Qué sucedió, según palabras del ejecutivo de atención a clientes, que el repartidor había cumplido con todos los protocolos indicados por su plataforma (mandar mensaje y llamar por teléfono), pero nunca tocó la puerta, lo que me pareció increíble, le reclamé al ejecutivo en turno. Finalmente, alguien más disfrutó el cóctel de camarón y las tostadas de ceviche que había ordenado.

Esta escena, además de postergar la comida dominical, expuso algo que hoy más que nunca vivimos, producto de esta condición de semi aislamiento social derivada de la pandemia por Covid19, la digitalización de nuestra vida puede hacernos perder el sentido común. Qué le quitaba al repartidor haber tocado el timbre o haberse anunciado con el claxon de la moto, nada, pero como el protocolo en la aplicación —cuyo nombre empieza con U y termina con R—, no indicaba (en la opción de “mensajes para el repartidor”) que debía tocar (aun cuando no vivo en condominio, ni en edificio de departamentos), pues no tocó y se fue con mi comida.

Sin embargo, traigo esta breve escena doméstica a la reflexión semanal #DesdeCabina porque justamente todo aquello que hemos ganado con la digitalización de nuestra vida, como adquirir casi cualquier cosa a través de aplicaciones cargadas en el celular o portales de compras de la computadora, enviar mensajes, hacer video llamadas, asistir a un concierto, recorrer un museo, aprender casi cualquier cosa, por solo mencionar algunos ejemplos, pueden distraernos o quizá deshumanizarnos al pensar que solo porque alguien solicita o adquiere un producto o servicio mediante el celular, uno debe intuir o aseverar que casi igualmente se debe estar con el equipo pegado al cuerpo para atender todo tipo de notificaciones de las plataformas, o del sinfín adicional de aplicaciones. La vida en línea se ha vuelto desdichadamente deshumanizante.

Siempre me he declarado a favor de la tecnología, soy geek de corazón y casi siempre elijo las compras “rápidas y seguras” por internet cuando necesito algo o me interesa buscar algún servicio o producto en particular, sin embargo también es vital no perder de vista que es el más impersonal de los medios para hacer cualquier adquisición, y hoy más que nunca, cuando esta crisis sanitaria parece quitarnos lo poco que nos quedaba de humanidad, es cuando más debemos ser consientes de que aún cuando resuelven en buena medida nuestra vida, nunca podrá equiparse con el “gracias por su compra, estamos para servirle y vuelva pronto” que algún dependiente siempre podrá largar cuando dejamos un establecimiento. Esto reafirma nuestra humanidad y nos recuerda que aun con la mejor aplicación, siempre será necesario mantener vivo al sentido común. ¿Ustedes qué piensan?

Rector de  la UNAQ / @Jorge_GVR

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