De manera personal tiendo a creer en muchas cosas que me dicen aquellos cercanos a mi; por sentido común, mucho de lo que escucho es validado mentalmente o incluso, si la información, el dicho o aseveración son interesantes, me aviento el clavado a la red para intentar encontrar algunas fuentes de relativa confianza, sitios oficiales o incluso artículos y portales que hablen del tema —no lo hago tan seguido, pero si es parte de mi proceso personal de validación—, que, al igual que muchos, ocupamos algo de tiempo para sobrellevar el tsunami de información que llega diariamente al correo o que es notificado por las redes sociales o el chat de los amigos, colaboradores o familiares. Es literalmente un mar de información.

Sin embargo, debido a que la información es cuantiosa, las fuentes muy diversas y el desinterés de sobrellevarla igualmente grande, muchos optamos por “escuchar”, dejarnos informar o incluso sumarnos a sendas afirmaciones (no quiero llamarlas fake News, por lo pronto) que atendemos -esas sí con ferviente interés- y que incluso compartimos alegremente. Es en este mar de noticias, presentaciones, videos, ligas a “sitios de interés genuino” o aquellas que vienen de fuentes e información oficial, en el que de pronto aparece la nave de la incredulidad -una disculpa por el lanzamiento de esta figura literaria-, para navegar buscando algún puerto al cual atracar.

Cuándo la incredulidad aparece en el umbral de la conciencia de las personas, una multitud de fenómenos hacen también su aparición. El primero de ellos es la necesidad de creer esas verdades incompletas -por decir lo menos-, quizá por que creerlas en más sencillo o proporciona una sensación de alivio y cierto bienestar; la necedad es otro comportamiento que asoma rápidamente cuando la incredulidad se instala en nosotros, la tendencia natural del ser humano de defender su dicho, aunque este sea dudoso o incluso incorrecto.

Por qué mejor dejar a un lado el “no creo que exista ese famoso COVID19”; a mi no me va a pasar porque soy buena persona; yo soy muy sano y no tengo porque dejar a un lago mi vida para ponerme en cuarentena -aunque se tenga la posibilidad de hacerlo-; no creo que sea necesario usar ni gastar en tantas cosas, ni cambiar mis hábitos, solo porque a “unos cuantos” ya les dio. La lista de aseveraciones de incredulidad ante la pandemia fácilmente podría rebasar la dimensión de este espacio semanal.
#DesdeCabina, este breve espacio de reflexión semanal, quisiera transmitir en esta tira, que ya ha alcanzado once episodios, la importancia de creer, de hacer lo necesario para navegar entre la información y en lugar de buscar un puerto, o una verdad a medias a la cual aferrarse como salvavidas, optemos mejor por atender todo aquello que las autoridades y los medios oficiales comunican. Es con ellos y desde ellos que se deberá construir esa nueva realidad a la que deberemos regresar producto de que todos hayamos hecho cambios paulatinos, disciplinados y efectivos en nuestra vida. Regresar depende de que tan rápido desaprendamos para aprender lo nuevo y aprenderlo mejor. Hoy más que nunca, el conocimiento nos hará libres.

Rector de la UNAQ / @Jorge_GVR

Google News