Las relaciones comerciales de carácter bilateral y la formulación de tratados que configuran las mismas, constituyen piezas clave en la estrategia geopolítica de los países. Si bien la articulación de la influencia geopolítica a través del comercio no es algo nuevo, sí lo es la creciente incorporación de diversas cláusulas en rubros que se consideran estratégicos. Y justo en este contexto Estados Unidos, a través del embajador Ken Salazar, está comenzando a construir una narrativa para introducir nuevas orientaciones en el orden económico y en temas de energía, migración y seguridad que son los ejes fundamentales donde los tropezones y desencuentros han tensado la relación con el gobierno de López Obrador.

El funcionario estadounidense expuso hace unos días la importancia de contar con un marco similar al establecido en el T-MEC, pero en los rubros arriba mencionados para que “...no dependan de quien esté en el poder en cualquier nación.”

La lectura de esto no da pie a confusión alguna; la propuesta gira alrededor de tener reglas claras sujetas a marcos jurídicos más estrictos que pasen la prueba de los berrinches, deseos o fijaciones presidenciales de los tres países, incluyendo Canadá.

La visión de mediano plazo de  Estados Unidos es tener una vacuna para el escenario electoral y sus resultados, en ambos lados de la frontera, de 2024. Un rasgo distintivo de administrar estratégicamente el desastre, desorden y amenaza que significan los abrazos de López Obrador al crimen organizado y los riesgos para la región.

Estos tres temas estarán en la mesa de trabajo en la reunión bilateral de la próxima semana donde el mandatario mexicano insiste desde la mañanera en (distraer) agraviar con sus dislates al socio comercial más importante de México ahora con la joya de la extradición de Julian Assange y la campaña que emprenderá contra la Estatua de la Libertad en la ciudad de Nueva York símbolo de democracia y libertad. El Ejecutivo mostrando el candil presidencial de la calle y la oscuridad del palacio en el rubro de libertad de expresión cuando en esta cuatroté los asesinatos de periodistas y la impunidad que los acompaña son un escándalo internacional.

La violencia sigue descontrolada y este gobierno enfrenta serios cuestionamientos que ya aglutinaron a poderosos actores. El reciente llamado de los obispos a una Jornada de Oración por la Paz ante el río de sangre que corre en regiones enteras del país y cuyo disparador fue el asesinato de dos curas jesuitas en la Sierra Tarahumara provocando exhortos para cambiar la fallida estrategia, desencadenó la embestida de descalificaciones del presidente hacia la Iglesia católica mexicana.

Y como las señales y el manejo de los símbolos son forma y fondo, aparecen unidas la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús y el Arzobispo Primado de México el cardenal Carlos Aguiar Retes, para llevar  a cabo el domingo una oración por la paz, con la suma de varias Arquidiócesis locales en los estados que han anunciado misas para honrar a sacerdotes, religiosos y religiosas  asesinados en el país.

El escenario y coyuntura de este mensaje deberían ser leídos con mucha atención. Previo a la reunión  en Washington donde estos caminos se juntarán coincidiendo en el estrepitoso fracaso en  seguridad y la tolerancia a la impunidad. Y esta narrativa se consolida con el paso del tiempo justo cuando el “reloj de Dios” y su tiempo se le acaba a López Obrador.

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