La disposición de los edificios, la estructura de calles, sendas y caminos, la conformación del espacio público, todo ello va amalgamando el tejido urbano. Éste es la materialización concreta de la estructura física de la ciudad, que surge y se nutre de la actividad humana, sin la cual, por supuesto, carecería de sentido. Y de la misma manera en que la interacción del ser humano con su entorno físico va dejando su huella en la estructura de la ciudad, la posibilidad de identificarse exitosamente con esta última está determinada en gran medida por las características físicas que ésta posee. Hablamos entonces de una especie de círculo virtuoso que se retroalimenta mutuamente.

En este sentido, la densidad del tejido urbano juega un papel muy importante. Una manera muy sencilla de entenderlo es con la comparación que acertadamente hace Yuri Artibise, especialista en comunicación digital y apasionado de la planeación urbana participativa. Él nos dice que el tejido urbano se puede equiparar a un pedazo de tela. La fineza de la tela depende mucho de la calidad del material utilizado así como de la densidad de las fibras que la componen,  trama y urdimbre.

Un pedazo de yute por ejemplo, compuesto por un tejido abierto, es más tosco, más áspero, más rígido y quizá menos estético que un algodón egipcio, cuya delicadeza y fineza resulta más atractiva y sugerente. Si trasladamos esta comparación al tejido urbano encontramos que mientras más abierto sea éste, quizá pueda ser más funcional, pero no será mejor  desde un punto de vista de la interacción y el encuentro humano.

Un tejido urbano denso y continuo es más atractivo para que se conformen comunidades más integradas y seguras,  y en consecuencia, más resilientes

Brasilia es ejemplo de ello, con una estructura totalmente funcionalista y sectorizada, organizada en megacuadras, que funcionan bien para el auto pero resultan completamente inhóspitas e inhumanas, aísla y separa. Brasilia es como ese yute con el que resulta imposible vestirse a riesgo de padecer de comezón todo el rato. Allí no existen esquinas y la esquina es un elemento estratégico en la construcción del tejido urbano, pues no sólo es el elemento que se repite con más frecuencia sino que aporta significativamente al espacio público pues en ella se construyen relaciones sociales y funciona como agente orientador de quien busca identificarse con su entorno y apropiarse de él.

Así como la ausencia de esquinas es contraria a la consolidación del tejido urbano, el mismo efecto tiene la aparición de elementos que constituyen barreras urbanas e impiden la continuidad del mismo. La existencia de enclaves aislados, colonias que voltean al interior y le dan la espalda al entorno en el que se ubican y que son tan populares en la actualidad, tienen ese efecto nocivo para la ciudad. Constituyen un agujero en el tejido urbano carente de vínculos con el resto del entramado y no sólo no proporciona elementos que favorezcan la identificación de los habitantes del enclave por la gente que vive fuera de él y viceversa, sino que también corre el riesgo de provocar vacíos urbanos a su alrededor que son sumamente negativos en términos de seguridad urbana, en otras palabras, está generando un mayor problema que aquel que pretende resolver.

De ahí que todo aquello que sea contrario a una buena densidad y permeabilidad del tejido urbano no aporte a la construcción social. Así como el fino algodón egipcio, un tejido urbano denso y continuo es más atractivo para la gente y la llama a interactuar en él porque es más interesante, ofrece más oportunidades de descubrir y explorar y a través de estas vivencias existe mayor posibilidad que se conformen comunidades más integradas, seguras, empáticas y en consecuencia más resilientes.

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