Hace muchos años atrás, nuestra ciudad tenía otros sonidos muy distintos a hoy día, que iniciaban muy temprano, cuando las campanas de los templos repicaban las llamadas a misa que equivalían a la identificación de ciertas horas en función de los horarios de misa. Muchos otros dejaron de escucharse con el paso del tiempo y el cambio de las costumbres que prevalecieron durante largos periodos.

Recuerdo aquellos pasos de los percherones que jalaban el carro para la venta de la leche bronca, la cual se vertía en una olla para ponerse a hervir y separar la nata, la cual se utilizaba para degustarse en piezas de pan que también muy temprano se surtían en las contadas panaderías que había en el primer cuadro de la ciudad.

Era costumbre también escuchar los gritos de los voceadores que vendían los periódicos con las noticias locales frescas que se iban conociendo en el transcurso de la mañana y que algunas resultaban temas de conversación en los cafés o bares hasta hacerse del dominio público. No había entonces mayor prisa más allá de la oportunidad de adquirir los impresos antes de la hora del desayuno para estar bien informados. Las estaciones de radio no acostumbraban los noticieros o eran muy pocos los espacios informativos, los que fueron adquiriendo al tiempo un lugar preponderante para algún sector de la población.

El ruido de los automóviles y de los camiones que circulaban era proporcional al número de los mismos. Particularmente se escuchaba el sonido del choque de dos piezas largas de acero que anunciaba el camión recolector de basura que estaba por pasar en la calle, rechinando los frenos en cada ocasión que se detenía, para que la gente pudiera sacar los botes y vaciarlos en grandes cilindros que recolectaban los desperdicios con una incipiente política de reciclaje de algunos materiales como cartón y botellas de vidrio.

Eventualmente se veían pasar parvadas de diversas especies de aves, como las palomas, los tordos o inclusive aquellas pequeñas aves negras con el pecho amarillo conocidas como dominicos, haciendo alusión a los plátanos miniatura.

Cada una de ellas emitían el sonido de los aleteos que eran escuchados de acuerdo a la cantidad de aves que formaban parte de ellas. Destacaban los tordos que elegían los pocos árboles ubicados en algunos jardines del centro para pasar la noche luego de un escandaloso pase de lista de cada uno de ellos.

Más sutiles y espaciados eran los sonidos del carro de helados, que con una bocina se anunciaban mediante piezas instrumentales infantiles para llamar la atención de los niños, al igual que los vendedores de gelatinas o los de delgadas tostadas de harina y azúcar que se anunciaban con el sutil sonido de un triángulo que se usa en las orquestas.

Los sonidos se esfumaban con la puesta del sol de cada día, hasta que el tiempo y la modernidad provocaron que a la mayoría los devorara el silencio y dejaron de escucharse para dar paso a ruidos que nos hicieron saber que nuestra ciudad creció y se convirtió poco a poco en una urbe en la que  en  muy pocas ocasiones se nos permite poner atención de nuevo a algunos sonidos de entonces, que hablaban de un tiempo menos turbulento al que vivimos hoy día en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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