Recientemente, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo referencia a una crisis tan virulenta como el SARS-CoV2, pero cuyo agente etiológico es de naturaleza intangible, con resultados quizás igual de patológicos que la COVID-19.
Me refiero a la llamada “infodemia”, aquella propagación de información falsa con potencial de provocar repercusiones en la actual y complicada dinámica social. En realidad, este concepto no es nuevo y ha sido estudiado en diferentes momentos, pero sobre todo durante la pandemia asociada a este nuevo coronavirus.

De hecho, en esta columna se ha mencionado en diferentes ocasiones el riesgo que se corre al promover noticias cuyo contenido se presenta con una narrativa supuestamente científica, pero que al carecer de evidencia cae en el campo de la pseudociencia; es decir, se presentan argumentos construidos con palabras o conceptos técnicos bajo una lógica que parece convincente, pero donde no se presentan datos experimentales, mucho menos se tiene posibilidad de verificar.

Recientemente Philip Ball y Amy Maxmen escriben para la revista científica Nature sobre la infodemia, donde destacan el esfuerzo de los científicos de datos, de diversos países, para analizar la propagación de información falsa desde un enfoque muy similar a la epidemiología, desarrollando observatorios automatizados en redes sociales. Los autores también destacan el peso que han tenido las declaraciones de políticos y los discursos de odio para posicionar ciertas agendas, sobre la opinión pública que puede provocar la alteración del comportamiento de la sociedad.

En ese sentido, existen varios proyectos que buscan “cazar” y analizar publicaciones que circulan en los medios, donde las noticias virales son analizadas, cuestionadas y, cuando es el caso, desmentidas. Uno de estos esfuerzos lo desarrolla la “Red Internacional de Verificación de Hechos”, quienes reportaban en marzo de este año que un porcentaje importante de sus reclamaciones en publicaciones se mantuvieron sin advertencia alguna, con persistencia de 25% en YouTube y Facebook, y 59% en Twitter. Es decir, que aunque se realicen esfuerzos, estos son insuficientes; aun así, hasta esta semana se ha etiquetado como contenido falso publicaciones de los presidentes Bolsonaro y Trump, de Brasil y Estados Unidos, respectivamente.

Sin duda, la cantidad de información generada respecto a la actual pandemia es tan grande que resulta agobiante. Cualquier intento de análisis y etiquetado de información falsa que pretenda tener una cobertura relevante, necesita un proceso de automatización, colocando algunos riesgos de sesgos y potencial censura. Considerando la libertad de expresión defendida por Voltaire, estas acciones podrían parecer un retroceso como sociedad. Por ello, si la democracia nos llevara a una verdadera voluntad de adquirir información, valorarla y decidir en función de ello, más vale ser crítico mediante la diversidad de fuentes que permitan ponderar puntos de vista. De otra manera, además de poner en riesgo la salud pública, es probable que nos convirtamos en víctimas de un sistema en el que se usan los momentos críticos —como durante la COVID-19— para lucrar económica o políticamente.

@chrisantics

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