El espacio más democratizador  que existe es el espacio público, sea éste una calle, una plaza, un parque o un mercado, porque es, en definitiva, un espacio que nos pertenece a todos, donde no existen diferencias de raza, sexo, credo o nivel socioeconómico, y su importancia radica en ser donde se moldea y cimienta el sentido de comunidad.

Cuando entendemos lo que esto significa llegamos a la conclusión de que el espacio público constituye la esencia de la vida urbana: es el escenario donde se construyen relaciones, donde se genera la interacción social y donde existe la maravillosa oportunidad de encontrase con lo diverso, porque sólo a través de este contacto podemos desarrollar empatía por el otro y así formar sociedades más integradas, seguras y resilientes.

El espacio público más significativo y que mayor extensión ocupa es la calle y ésta, por desgracia, durante muchos años ya, ha sido acaparada por el automóvil. El espacio público se ha venido relegando durante todo este tiempo a los sobrantes que la infraestructura para el vehículo motorizado ha ido dejando, espacios que caen en el olvido con una velocidad cuántica y que frecuentemente tienen poco o nada qué    ver con las necesidades de las personas que viven y habitan la ciudad.

Es por ello que desde hace ya algunos años, activistas urbanos de todo el orbe sostienen una lucha por reivindicar el espacio público con el objeto de que vuelva a lo que nunca debió dejar de ser: vibrantes centros de interacción social creados por y para la gente, especialmente ahora que la población urbana está creciendo de manera trepidante y se vuelve imperativo hacer algo para lograr la cohesión de los diversos grupos que componen nuestra variopinta sociedad.

Este resurgimiento en la forma de hacer ciudad está dando lugar a expresiones muy interesantes desde el punto de vista de la relación del individuo con su entorno y tienen lugar fundamentalmente en la calle, espacio público por antonomasia. El enfoque de placemaking, por ejemplo, es una herramienta que pone al individuo por encima de las instituciones y los paradigmas urbanos tradicionales y permite que la comunidad intervenga en el proceso de diseño a través de un enfoque de abajo hacia arriba (bottom-up), de ahí que su ingrediente fundamental sea la participación ciudadana. Movimientos así se están replicando por todos los puntos del planeta, como el que está ocurriendo en Lima, Perú, llamado Ocupa tu Calle, cuyo nombre lo dice todo.

El poder del espacio público en la generación de comunidades vibrantes y llenas de vitalidad, siempre y cuando lo haga de forma equitativa para todos los integrantes de su comunidad, no tiene rival. Conceptos que actualmente están haciendo eco, como el de calles completas   — calles  diseñadas para dar servicio y acceso a peatones, bicicletas, transporte motorizado tanto público como privado y a cualquier persona independientemente de su edad y capacidades—  y estrategias de urbanismo táctico que con poco presupuesto y en poco tiempo transforman radicalmente la vida de una comunidad, nos dan muestra de que esto no es sólo posible, sino que además es deseable, porque no sólo genera comunidades más integradas sino también economías más fortalecidas.  La gente en la calle es un importante motor para la generación de riqueza  y no necesariamente la de los grandes consorcios que no tienen nada de qué preocuparse, sino del pequeño comerciante que lucha por mantenerse de pie.

Y  por si todo lo anterior fuera poco, también está el beneficio en el medio ambiente. Si las calles fueran menos para los coches y más para la gente,  entonces habría menos daño a la ecología y a la salud de sus habitantes, por eso el espacio público debe ser atractivo, debe llamar a la permanencia y nos debe mover a querer ser participantes activos en él, porque sólo así tiene la posibilidad de arrancar este engranaje de efectos positivos del que todos por igual somos beneficiarios.

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