Sergio Pérez es un hecho histórico. En un país partido —dividido entre “buenos” y “malos”— el piloto unifica. Es sueño colectivo. Ansia y esperanza. En cada una de sus carreras, los mexicanos, el plural no es baladí, esperan la mejor posición del astro del volante, como lo hicieron antes que de la realidad se partiera a media curva con los hermanos Rodríguez, de los que Sergio es sublime herencia. Pérez es unión y fraternidad en una sociedad hecha añicos por la política y sus desperdicios.

Hace años —cuando México era una sociedad cerrada— hubo ídolos, a quienes se les perdonaba todo: la borrachera, la ignorancia y la temeridad. El Toluco López, El Púas Olivares o Sal Sánchez. Otros a los que se admiraba por su pulcritud: El Pelón Osuna; Pedro y Ricardo Rodríguez y El Toro Valenzuela. El alarido mexicano tenía sus termómetros y sus elecciones; siempre involuntarias, dadas por sí, como cuando se entrega el amor puro y llano, al estilo José Alfredo.

El ídolo era un porque sí y un contra todo. Y así.

Hoy, la figura de Sergio Pérez obedece más al espectáculo —entretenimiento— que a la pasión. Pero lo asombroso es que es las dos: expectativa y entrega. Pérez es unidad; admiración de propiedad: un cumplimiento. Asignatura aprobada sin necesidad de examen. Punto de unión sin ideología. El amor que no sabe de contrapesos ni medias vueltas.

Pérez debe ser reconocido como enorme piloto, lo es. Pero debe aplaudirse, sobre todo, su simbolismo de unicidad. El piloto va, gobierna el estado de ánimo, el ánima que el mexicano de calle y sombra va perdiendo ante el azar de los hechos. Sergio es un punto de salida y una, acaso, venturosa llegada: pero es un maestro del camino. Apenas —a penas— es posible seguir su ritmo de vida. Pero Sergio es el único punto de México en el que nadie discute ni demerita: tan alto, que desmorona cerros.

Alguien, en alguna ocasión, tendrá que decir: en aquellos años el piloto era Pérez, no sé si fue ídolo o no. No lo sé.

Tendrá que decir que Sergio Pérez fue tan grande que unió a un país partido en dos o en tres. Y lo hizo desde arriba, como se dice hoy, cuando todos empiezan desde abajo. Sergio Pérez es tan grande que casi ni se nota. Y tan sencillo y suyo que se nota mucho. Es enorme el piloto mexicano de la Fórmula Uno, es fantástico y plausible su voluntad. Si no fuera mexicano, ya lo admirarían miles y miles, pero lo es y es tan grande como Tamayo, López Velarde y Octavio Paz, Sergio Pérez es la unidad en medio de la zozobra y la inquina.

Llegarán los días posteriores, vendrán los nuevos y los mañanas, cuando uno de estos días sobreviva dirá: en aquellos años en los que todo estaba dividido, en aquellos años de “buenos” y “malos”, en aquellos años en los que México estaba partido hubo un sueño de todos: le llamaron Sergio Pérez y corrió para la RedBull.

Nadie se perdió una de sus carreras.

Sergio Pérez es un hecho histórico. Y un diploma al mérito. (y lo seguirá siendo: el monumento es una construcción y a la pista le faltan miles de kilómetros)

mauriciomej@yahoo.com
Twitter: @LudensMauricio

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