Estamos a nueve meses de la elección federal del 1 de julio de 2018, justo un periodo de gestación humana, y el resultado de los comicios presidenciales es aún impredecible. Más allá del lugar común de las encuestas, que no han variado en los últimos meses y que siguen indicando que si las elecciones fueran hoy el ganador indiscutible sería Andrés Manuel López Obrador, la realidad es que en 270 y tantos días que faltan para las votaciones, todavía pueden pasar muchas cosas en la carrera por la Presidencia de México.

Ni siquiera sabemos aún —salvo el abanderado de Morena— quiénes serán los candidatos que se enfrenten en una de las contiendas más competidas y rudas por el poder en México, equiparable a elecciones polémicas de la historia reciente, como la de 1988, con la cuestionada llegada al poder de Carlos Salinas de Gortari y la “caída del sistema” contra Cuauhtémoc Cárdenas, o la tensión de 2006 y el resultado más cerrado de una disputa presidencial, 0.56%, que llevó a Felipe Calderón a tomar posesión por la puerta trasera y a López Obrador a declarar su “presidencia legítima” y tomar Paseo de la Reforma.

Hoy, en medio de todas las combinaciones y careos aún posibles: AMLO-Meade-Anaya, AMLO-Margarita-Nuño, AMLO-Osorio-Moreno Valle, etcétera, sólo puede anticiparse las dos grandes líneas discursivas y de campaña que partidos y candidatos buscarán abanderar: la opción del cambio de gobierno, de política económica y social y hasta de régimen, que se van a disputar Morena y el Frente Ciudadano por México, ambos en busca del voto opositor, antisistémico y de castigo al gobierno de Peña Nieto y el combate a la corrupción como primera oferta de campaña.

Contra el discurso de “cambio”, el PRI, con quien sea su candidato —Aurelio Nuño, José Antonio Meade o Miguel Ángel Osorio Chong, como los tres finalistas— buscarán posicionar el “miedo al retroceso y el regreso al pasado populista” contra López Obrador, a quien volverán a presentar como un “riesgo y un peligro” para la estabilidad económica y las inversiones; su “visión de futuro” versus el “regreso al pasado” será el principal discurso del candidato peñista. Mientras que al Frente PAN-PRD-MC y posiblemente Nueva Alianza, los cuestionarán por la ineficacia de sus gobiernos y con ataques a la honestidad de sus posibles candidatos y sus patrimonios.

Un elemento nuevo que ya impactó la contienda presidencial es el uso político de la tragedia de los recientes sismos. El retraso en las designaciones de candidatos, que podría irse hasta diciembre o incluso en el PRI hasta enero del próximo año, es el primer efecto del temblor, pero no el único. Ya se advierte en el manejo y diseño de los “planes de reconstrucción” de Peña Nieto, una clara intención para hacer de la devastación y necesidad de cientos de miles de familias que perdieron sus casas o sus negocios, la mejor estrategia político-electoral, con todo y el uso de tarjetas monetarias, las mismas de Peña en su campaña con Monex o de Alfredo del Mazo en el Edomex, utilizadas ahora para depositar dinero en efectivo a los damnificados de Oaxaca y Chiapas, en razón de 120 mil pesos por pérdida total de vivienda y 30 mil por daño parcial.

Peña no dudará en dirigir la reconstrucción y el presupuesto de más de 38 mil millones de pesos anunciado, como su última gran campaña y posibilidad de reposicionar y reconstruir él mismo su dañada imagen y la de su gobierno y, de paso, ayudar a quien designe candidato, mientras le permite a varios miembros del gabinete, marcadamente a Aurelio Nuño desde la SEP, promover su imagen y aspiración con el pretexto de la emergencia del sismo.

Así que, a 9 meses de distancia, el proceso de gestación de la elección presidencial parece un “embarazo de alto riesgo”, con posibilidades de aborto para varios aspirantes y con diagnóstico de parto complicado y un producto aún impredecible en su género político y características.

NOTAS INDISCRETAS… Con la ratificación de Gabriel Contreras como presidente del IFT, el Senado ratificó también el control y sometimiento de ese órgano “autónomo” al gobierno peñista, por los vínculos inocultables entre Contreras y Los Pinos. De paso, los senadores le dieron al Presidente la posibilidad de controlar y presionar a los medios electrónicos y a los grandes prestadores de internet, vía decisiones y fallos del IFT. Todo en año electoral. De hecho, para ratificar a Contreras hubo una operación política desde el gobierno que fracturó el Frente Ciudadano, al lograr 20 votos del PAN, PRD y hasta de Morena, que ayudaron al PRI-PVEM que sólo juntaban 59. Por eso el voto por “cédula”, es decir secreto, que permitió a varios senadores frentistas votar por el candidato “oficial” y distanciarse de la línea de Anaya y Barrales en favor de Elena Estavillo, la opción más independiente del gobierno. Lo dicho, Peña va por el control de los medios en pleno año de elecciones… Paran los dados. Escalera doble.

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