Aunque proclame tener otros datos, la reasignación de funciones y las nuevas atribuciones concedidas a Alfonso Romo, son una muy personal forma del Presidente de reconocer que las cosas no van bien. En la primera conferencia del 2020 decía que iba a ser un buen año y que en 2019 se había demostrado que “funciona la estrategia que estamos adoptando”. La autoevaluación presidencial (siempre pródiga en elogios a sí mismo) hoy demuestra sus límites y yo celebro que, aunque no lo haga con tono franciscano de contrición, se reconozca que la economía está en recesión y presagia que una crisis de inversión en el segundo año de su mandato, sería sembrar tempestades para el cuarto. Lo que no se haga este 2020 no rendirá frutos a su administración.

El recurso de imputar el mal desempeño de la economía al factor externo ya no está disponible. El T-MEC ha sido aprobado y las economías de nuestros vecinos crecen. Si nos comparamos con la OCDE somos el único país que no crece y en América Latina, Venezuela y Argentina nos salvan del último lugar. Buena parte de la problemática actual descansa en las políticas nacionales y el zigzagueo argumental de un presidente que dedica más tiempo a polémicas insustanciales que a revisar el alineamiento de su administración.

Con Alfonso Romo coordinando el gabinete es esperable que, por lo menos, el discurso económico ya no cambie de la noche a la mañana y se reduzcan esas variaciones del relato que minan la credibilidad de un gobierno. Hace algunos meses escribía en este espacio que el primer mandatario se haría un gran favor a sí mismo si, al igual que ocurre con la política exterior, decidiera no hablar de economía.

Aunque él (y sus propagandistas) minimicen el cúmulo de contradicciones y los cambios de narrativa, los actores económicos los registran. Todavía resuena el eco de la apuesta pública con la que desafiaba a Carlos Urzúa asegurando que, según sus datos, creceríamos al 2%. No tuvo razón Urzúa, pero mucho menos el Presidente. En las mañaneras impera la máxima jalisciense de que él nunca pierde y cuando pierde, arrebata, pero en la credibilidad del gobierno la doctrina (Jorge) Negrete no funciona. Decir una cosa y después otra para justificar lo injustificable, erosiona. A Romo lo ha lastimado dos veces (el aeropuerto y la apertura del sector energético) y él, con lealtad, ha aguantado. Si ahora no le da toda la cancha, la obstinación centralizadora y oscilante nos llevará al callejón.

El tiempo corre y las inversiones de hoy serán los árboles del mañana. Yo sé que no es popular citar en esta administración a autores extranjeros, pero James Robinson y Daron Acemoglu recuerdan en su libro Por qué fracasan las naciones, que casi todos los países tienen un momento especial limitado en el tiempo en el que es posible hacer grandes transformaciones.

El Presidente ha tenido y tiene todavía las mejores condiciones para hacer algo bueno por cambiar la vida de millones; ha perdido un año sin que la economía crezca y la gente tenga mayores ingresos, y cuando la historia de este periodo se escriba nadie recordará los chistoretes ni los dardos envenenados a los conservadores; recordará lo que realmente cuenta que es haber traído seguridad y prosperidad al país. Perdón, para eso sirven los gobiernos no para rifar aviones o perder las mañanas repitiendo las homilías contra el dinero que resultan reiterativas y disfuncionales.

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