Esta semana celebramos a todas las personas que dedican su vida a una de las actividades más nobles que puede hacer un ser humano: la docencia. Mucho se ha escrito sobre el tema y quisiera compartirles una perspectiva un tanto diferente.


Recientemente recibimos en la Anáhuac la visita del prestigiado Dr. Enrique Rojas, quien dijo algo de manera magistral: existen profesores, maestros y testimonios. De un profesor aprendemos la técnica y los conocimientos básicos de su materia; un maestro nos atrae con su experiencia más allá de los libros; un testimonio nos inspira y se convierte en un modelo a seguir, pues su vida entera es congruencia entre lo que dice, piensa y hace. Es evidente que en las escuelas —como en la vida— hay muchos profesores, algunos maestros y pocos testimonios. Hace algún tiempo consulté un estudio acerca de las profesiones más felices del mundo y, por supuesto, en cuatro de las primeras 10 posiciones figuraban labores relacionadas con la docencia. Parece algo irracional si no nos detenemos a analizarlo.


Quienes dedican su vida a la docencia saben que a pesar de que se trata de una labor de mucho sacrificio. ¿Quién en su sano juicio quiere ser maestro? Estar al pendiente de muchos niños que no son tus hijos, sobrinos ni vecinos, ver que se comporten en clase, que no se estén pelando entre ellos, que en el recreo jueguen todos, que no digan groserías, que no se pinten donde no, que tengan buena dicción, preocuparse por enseñarles a hacer las fracciones como debe ser, recordarles de la fecha límite de su ensayo o revisar proyectos de cuartillas interminables…todo esto representa grandes desafíos en el corto plazo.


Sin embargo, los auténticos maestros saben que la recompensa está en el largo plazo: cuando el niño que no daba una en matemáticas se convierte en ingeniero, el chico problema se transforma en un padre ejemplar y la niña rebelde se convierte en una gran empresaria. Gracias maestros por su persistencia, su paciencia y las grandes lecciones que les aprendemos y no aparecen en los libros. Gracias por arrastrarnos con el ejemplo a ser los mexicanos y mexicanas que el país merece, por inculcarnos los principios que nos harán hombres y mujeres de bien y por hacer pausas cuando lo necesitamos.


No hay duda de que se requiere auténtica vocación para ser maestro, gracias por ayudarnos también a encontrar la nuestra. Con su compromiso hemos aprendido a dar lo mejor de nosotros, a luchar por nuestros ideales y a hacer comunidad. A muchos nos tocará ser maestros en algún momento, ya sea con hijos, hermanos menores o simplemente con alguien que nos tiene como referencia. Gracias por inspirarnos a ser auténticos testimonios de vida y por recordarnos que todos los días podemos aprender algo nuevo.

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