Al principio de la semana tuvimos la celebración de los estudiantes a lo largo del territorio nacional. Felicidades a todos los que, como yo, tenemos por suerte una fuente de educación formal. Muchas gracias, Universidad Autónoma de Querétaro.

Sin embargo, debo admitir que, mientras la celebración se llevaba a cabo en el lugar físico donde me encontraba, yo estaba en otro espacio, en uno mucho más sombrío, pero mucho más real. Estaba pensando si el modelo de educación como lo conocemos sigue operante, tomando como referencia los datos que comenté sobre los planes de pensiones a los que no vamos a tener acceso como generación.

Hoy sé que no, que el modelo se rompió y tengo los datos cuantitativos para demostrarlo.

1. El más importante: de acuerdo con la OCDE, la tasa de contratación de personas con títulos universitarios en México es de 79%, en comparación con un 62% de contratación a personas que no cuentan con uno.

2. El salario promedio de un profesionista en nuestro país es de 6 mil 870 pesos, el salario de una persona sin estudios universitarios es de 4 mil 308 pesos y el costo de una universidad privada se encuentra dentro del rango que parte de 14 mil pesos hasta la impactante cantidad 111 mil pesos mensuales.

Para colmo de males, la universidad pública más cara del país (la Universidad Autónoma de Aguascalientes) cobra mensualmente 6 mil 500 pesos sólo por concepto de pago a la institución y sin contar los materiales, transportes y otros costos que se generan alrededor de las necesidades de los estudiantes.

Como podemos ver, la relación costo-beneficio se ha roto, se pierde dinero estudiando con la intención de tener un empleo.

Esto sigue siendo aplicable si el Estado paga la educación de un estudiante. En promedio, el gobierno mexicano gasta 145 mil 630.94 pesos anuales (7 mil 889 dólares) por cada uno de nosotros, lo que dividido entre los 12 meses de un año nos da un gasto total de 12 mil 135.911 pesos. Es aproximadamente el doble del salario que el egresado espera recibir.

3. Estas dos realidades, ambas sustentadas por datos de la OCDE, han llevado a un tercer fenómeno: el 37.4% de los que ingresan a licenciaturas y desertan lo hacen por falta de interés en la materia. Su salida de la educación formal es ocasionada porque ésta no los motiva a estar ahí.

A partir de este escenario vemos más datos en la misma dirección: lo que demuestra que el modelo se ha roto, entre ellos encontramos:

• Sólo el 24% de los jóvenes mayores de edad en México están inscritos en alguna universidad u otra institución de educación superior.

• Solamente el 7.2% de los estudiantes registrados en alguna institución de educación superior se encuentra realizando estudios de posgrado, según información de la Secretaría de Educación Pública.

Esto no significa que no debamos ir a la universidad y tener nuestros títulos si así lo queremos, o la situación por cualquier motivo así nos lo demanda. Pero sí significa que debemos ver el concepto de forma distinta: sugiero ver a las licenciaturas como un set de herramientas que se nos dan para explotarlas y no como un prerrequisito al empleo, que como vimos, igual no vamos a tener… ni querer.

Es evidente que esta idea no está presente en la actualidad en los salones de clase, donde profesores y compañeros nos bombardean con los conceptos que se les dieron a ellos, ya sea por adoctrinamiento o por simple repetición, pero debemos soportar y seguir con nuestro camino. La universidad no es necesariamente la antesala de un empleo, pero sí una llave para la puerta que cada uno de nosotros quiera abrir.

Estudiante de la Facultad de Contaduría de la UAQ.

@lui_uni

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