Lleva el apellido Cárdenas, que suena fuerte, y el nombre del “único héroe a la altura del arte” —como describió el poeta Ramón López Velarde al último emperador azteca—; fue el primer niño que habitó Los Pinos, la finca que escogió su padre como residencia oficial para el presidente de la República, porque rechazó vivir en la opulencia del castillo de Chapultepec (ahora López Obrador la convirtió en casa de cultura y decidió vivir en Palacio Nacional). Y aún después de 1940 acompañó a su padre en sus incansables recorridos por el País, en sus diálogos con la gente común a la que tanto amó y en su proyecto de país: “una lucha permanente por el rescate, ampliación y ejercicio efectivo de la soberanía del país, por la elevación de los niveles de vida de la gente, por una política internacional que buscase la equidad en las relaciones”, como lo define el hijo del Tata.

Fungió como un capaz y honesto subsecretario forestal y gobernador de Michoacán, pero fue hasta 1997 cuando alcanzó nombre propio, para entonces ya era evidente para los priistas de izquierda que la tecnocracia se había puesto al mando y llevaba al país hacia el Estado mínimo.

Un pequeño grupo dirigido por Cuauhtémoc y Porfirio Muñoz Ledo se opuso al proyecto neoliberal y a que el presidente siguiera siendo el Gran Elector, y formaron la Corriente Democrática. Quizás sin la presencia de Cuauhtémoc Cárdenas, la Corriente no habría alcanzado la preeminencia que la convirtió en el Frente Democrático Nacional (FDN), que aunque fue solo la suma de fuerzas marginales enfrentó y derrotó al aparato gubernamental.

Ante el grotesco fraude de 1988 (“la caída del sistema”), en el que Manuel Bartlett —rudo secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral—, jugó un papel crucial, Cuauhtémoc contuvo la furia de sus seguidores, resistió la propuesta que le hacían sus cercanos de tomar por asalto al Palacio Nacional, lo que habría llevado a un baño de sangre y, en cambio, convocó a convertir ese poderoso movimiento en el Partido de la Revolución Mexicana (PRD) que condujo, como líder indiscutido, en su primer tramo.

Quizás uno de los errores mayores del hijo del general después de 1988, fue no haberse conservado como la figura mayor de una izquierda a la mexicana, en vez de eso, aceptó una nueva candidatura en 1994 y en 2000, y ser postulado en 1997 para jefe de Gobierno del DF, para su desgracia, ganó. El enorme entusiasmo que despertó su candidatura, contrastó con el desempeño gris: la Ciudad de México constituyó, en su complejidad, un reto para el que no bastaba el prestigio de la marca Cárdenas.

Pero, mientras tanto, y a su sombra, iniciaba el despegue de otro liderazgo muy distante en su estilo, el de Andrés Manuel López Obrador, un activista tabasqueño, ex presidente del PRI en el estado.

En el año 2000 y sin cumplir los requisitos de ley, el tabasqueño fue elegido jefe de gobierno del DF; durante su administración, los hombres de Cuauhtémoc fueron relegados o despedidos.

Cuauhtémoc conoce como pocos a Andrés Manuel, y debe observar con preocupación sus alianzas con grupos confesionales y el ascenso al primer círculo, de quienes, como Bartlett, fueron los operadores del golpeteo a su movimiento.

El ingeniero no suele hablar mucho, sin embargo, entrevistado por Cecilia Ballesteros del diario español El País, dejó este juicio lapidario: “Estoy en desacuerdo con que México haga el trabajo sucio para Estados Unidos.”

—¿México podría estar ante otro sexenio perdido?, —le preguntó la reportera.

—Eso es lo que pensamos muchos. Espero que no.

—¿Es Morena la izquierda de México? —interroga Ballesteros.

—No lo veo. No conozco las propuestas de Morena para elevar el crecimiento económico o para hacerlo sostenido y a largo plazo. Ni conozco sus propuestas respecto a la política exterior ni para reducir la desigualdad. No sé dónde esté Morena desde el punto de vista ideológico… No veo una izquierda organizada en este momento, ni a ningún político importante ubicado en lo que llamaría izquierda.

Y para que no quede duda de su censura sostiene: “No veo que nadie esté al mismo nivel que los personajes que aparecen en el emblema de Morena: Hidalgo, Morelos, Juárez y Lázaro Cárdenas.”

Duros mensajes que pronunciados por el hijo del general son palabras mayores.

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