Otro año a ciegas. La obediencia ciega como norma impuesta, de acuerdo al testimonio de Jaime Cárdenas, a los servidores de la Administración Pública, cumple otro año. Pero ahora con el agregado de su aplicación también a los legisladores, ministros de la Corte, magistrados electorales y a otros actores sujetos al voluntarismo presidencial. Y con datos de que la ciega obediencia al poder concentrado en una persona exhibe ya a un país que se desplaza a ciegas entre quizás centenares de miles de muertos por la pandemia (reducidos a unos 119 mil en el conteo oficial) y muchísimos más desempleados (otra forma de muerte) acompañados de la muerte, adicional, de más de un millón de pequeños y medianos negocios abatidos ante el abandono o la indiferencia el gobierno.

Y a ello hay que agregar la ceguera y la ignorancia inducidas desde el carisma —inquisitorial o dadivoso, con frecuencia engañoso— del estrado presidencial, sobre millones de fieles fervorosos, buena parte de ellos, por el dinero recibido del presidente. Pero también sobre tantos ciudadanos libres confundidos, por ejemplo, por la obediencia ciega de Gatell a la estrategia presidencial de minimizar el mal para exaltar el (improbable) bien de su gestión de crisis, frente a la voz de alerta de la jefa de gobierno de la CDMC (apagada por tres semanas desde Palacio), sobre la multiplicación crítica de muertes, contagios y hospitalizados que exigían el semáforo rojo en el Valle de México desde la primera semana de diciembre.

Rendir cuentas. Se impuso el engaño trágico, criminal, de la obediencia ciega, de la mano del desbordamiento de casos de infectados y fallecidos, y con la saturación de los hospitales. Se trata de un saldo de dolor evitable, al menos en parte, y por lo mismo demandante de una rendición de cuentas y una determinación puntual de responsabilidades. Por lo pronto, para vergüenza nacional, el engaño resultante de la obediencia a ciegas que ocupa la agenda nacional ya contagió la agenda de la conversación global con el despliegue otorgado a este asunto por el New York Times del lunes. Y los costos de este nuevo engaño —en muertes y pérdida de confianza en la gestión oficial de las crisis en curso— podrían ser no la gota sino un torrente que derrame el dique de la paciencia colectiva. ¿Un nuevo error de diciembre, hoy de Morena, como el que marcó el principio del fin de la hegemonía del PRI, con la pérdida de las elecciones intermedias de 1997 y de las presidenciales en 2000?

Embuste de boletín. Aparte de la vergüenza de haber obedecido ciegamente al llamado de Palacio a revocar las medidas cautelares del INE para detener la inconstitucional intromisión del presidente en los procesos electorales, con sus ataques a los partidos de oposición, la cabeza del Tribunal Electoral agregó una más. Quizás no pudo convencer a la mayoría de sus secuaces de la Sala Superior, los magistrados que lo acompañaron en la vergüenza anterior. O quizás no se atrevió siquiera a proponerles la aberración de acordar una medida de apremio (apercibimiento o amonestación) al INE por haberse atrevido a cumplir su obligación constitucional de preservar la imparcialidad de las autoridades y la equidad electoral. Pero a fin de complacer al demandante de la ciega obediencia, al presidente del Tribunal se le hizo fácil ‘informar’ en un boletín oficial que se determinó en dicha ‘Sala Superior’ “establecer una medida de apremio al INE”, tema que ni siquiera se propuso, ni se discutió, mucho menos se acordó en la sesión, de la cual ‘informaba’ el boletín.

Colisión. Y no pueden faltar en este brevísimo muestrario los estragos de la obediencia ciega de los legisladores de la mayoría con su presidente. Parecen llevarnos del vuelo a ciegas a la segura ruta de colisión. Lo platicaremos.

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