Mañana  se reunirán Biden y López Obrador. Lo harán acompañados de sus esposas, lo cual le dará a la reunión un toque más suave y protocolario a un encuentro de trabajo entre mandatarios.

Con las cortesías habituales tres fantasmas estarán en el salón. El primero es el desdén que AMLO le infligió a Biden no asistiendo (y boicoteando) la Cumbre de las Américas. Este gesto viene a sumarse a desconsideraciones previas que se dieron en el proceso de transición entre Trump y Biden.  Biden ha eludido (y por tanto minimizado) los desaires de AMLO, ni siquiera cuando desautorizó públicamente a su enviado Kerry al salir de Palacio Nacional, reaccionó. Ha demostrado, pues, que no está dispuesto a jugar sus fichas en el casino de la confrontación bilateral ya que tiene enemigos de más calado (y potencialmente más peligrosos) que los desplantes del presidente mexicano que (con formas dudosamente diplomáticas) ha sido en el fondo cooperativo y para acreditar su alineamiento, esta será su tercera visita a DC.

El segundo fantasma es Salazar y su disfuncionalidad. Desde la visita de Calderón a Obama, siendo Carlos Pascual embajador, no se había dado una visita en la cual la figura del embajador fuese un elemento a considerar. En el caso de Pascual la molestia venía desde Los Pinos hasta el punto de pedir a Obama su salida; con Salazar estamos ante un tablero inverso. El artículo del NYT presenta el perfil de un embajador que es visto desde Washington como un diplomático funcional a los intereses de la 4T. Es probable que lo veamos haciendo campaña en las elecciones de noviembre.

El tercer fantasma es el desacuerdo de fondo en el tema energético. A pesar de que AMLO ha cedido terreno para la preparación de la cumbre de líderes de América del Norte prevista en noviembre, la integración regional sigue generando en México resquemores en el terreno de la energía y otros expedientes como Calica. El presidente ve todas las ventajas en la integración y el “nearshoring”, pero cuando se trata de su soberanía energética algo le incomoda y en consecuencia no permite que el modelo regional despegue con toda la fuerza que potencialmente tiene.

Es afortunado que, de manera paralela a la reunión de los presidentes, se desarrolle también en DC el CEO Dialogue que, como recordamos en su última versión celebrada en Mérida, abrió un ambiente de cooperación extraordinariamente positivo. Es de esperarse que los sectores privados de ambos países hagan ver a sus gobiernos la necesidad de que no se incrementen los costos para que la integración fluya y se eviten trabas burocráticas y reticencias políticas.

No preveo, pues, ninguna salida de tono, ni siquiera una propuesta de reubicar la Estatua de la Libertad, sino más bien una línea protocolaria correcta con algunas concesiones, pues ambos gobiernos han aprendido a torearse. Ambos saben que les queda poco tiempo y eso impide pensar en grandes virajes.  Ambos saben que su mejor opción es fluir. Por tanto asumo que Biden seguirá apostando a no tener zozobras extraordinarias en el sur y AMLO no tiene incentivo para estirar la liga, pues sabe bien que la inercia económica mexicana descansa hoy en nuestra vinculación con Estados Unidos.

Analista

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