Para quienes desde 1987 decidimos dedicar una parte de nuestras energías a cambiar la realidad del país por el “sueño democrático”, lo ocurrido estos pasados días, sólo nos confirmó que el prinosaurio seguía ahí. Internamente sentimos recorrer un escalofrió de regresión a las viejas prácticas del pasado priísta, volvieron con toda su fuerza, imágenes que nos tocó vivir en los años 80, quizás hoy sin carro decapotado y lluvia de papelitos, pero el paseillo por los emblemáticos sectores popular, obrero, campesino y, más recientemente, con los gobernadores, nos da un déjà vu a quienes ya hemos visto esa película y que la hemos combatido por más de 30 años.

Sin duda, en el sexenio Enrique Peña Nieto recuperó las viejas formas priístas de hacer política, la prepotencia, el poder de mando central, la corrupción como método controlador y, por supuesto, no podía dejar pasar, que no hay mejor momento de poder presidencial que cuando el Presidente elige a su sucesor.

Con la renuncia de José Antonio Meade Kuribreña a la Secretaría de Hacienda y el paseillo con sectores de poder y base del PRI, así como el encuentro con suspirantes hacia el 2018.

Se da el tufo de regresión no del nuevo, sino del viejo y tradicional PRI, ése que tuvo el poder omnipotente por más de 70 años, ése que reprimió y controló a la oposición en el país mediante dadivas y concesiones, ése que apagaba con la fuerza del Estado y todo el poder represor cualquier concentración que significase una posible línea de pensamiento contraria, desde una marcha estudiantil hasta cualquier concierto de rock o sublevación de maestros.

Por ello, la preocupación principal de quienes verdaderamente defendemos la democracia como posibilidad de un cambio a ese tipo régimen, nos preocupa, no el que los sectores más tradicionales de la política se hayan puesto de acuerdo en colocar un candidato a modo, que ni es del PRI ni es del PAN, pero que ha estado y ha sido parte de la transición y regresión de ambos partidos en el poder los últimos 12 años, sino que la preocupación se centra en que vemos que esa vieja práctica del partido en el poder se convierte de facto en lo que se debe cuestionar y combatir si de verdad se quiere acabar con el cáncer de la corrupción que invade nuestro país.

El fracaso de Acción Nacional como partido se da justamente cuando en la ambición del poder, después de una transición democrática real, donde millones de mexicanos en el año 2000 decidieron dar un cambio al país, a Fox al final de su sexenio le gana el poder y, a la vieja tradición priísta, utiliza todo el poder del Estado para imponer a Felipe Calderón.

Ésa es la película, que ningún demócrata en las condiciones actuales del país podría volver a dejar pasar, sería acabar con el sueño democrático del país.

Nuestro papel como legisladores, como oposición y como ciudadanos es observar cuidadosamente que esas formas autoritarias de toma de decisiones no se transformen en formas autoritarias de hacer política, de utilizar los recursos públicos para el beneficio de unos pocos, que no se vulneren los derechos políticos y electorales de los ciudadanos, que no se transforme el proceso democrático en un intercambio inmediato de beneficios de corto plazo por los votos del ciudadano y que, sobre todo, no se caiga ante la tentación autoritaria de perpetuar un modelo, un grupo y una ideología dañina para el poder.

Diputado local independiente. dip.carloslazaro@gmail.com

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