Un día amaneció y sentí una sensación distinta. Los temores que se agolpaban al inicio del día, con el sol pegando en mi rostro o bajo el manto oscuro de la noche, habían desaparecido.

No sentía esa sensación rara, pero permanente, que me obligaba a ponerme el abrigo del valor frente a la angustia cotidiana de salir al acecho, inhumano y lacerante, que sembraban en la piel el acoso y la violencia, escondidas a la vuelta de la esquina, en el asiento del taxi, en la calle oscura, en la sutil broma sexista o en la indiferencia de la autoridad.

No recordaba ya que mi trabajo requería de un valor agregado para igualarse al del caballero. Con qué gusto, sabía, llegaría a la oficina, a la fábrica, a la universidad, al taller, al mercado, al gran corporativo o al tianguis, a realizar mi oficio o profesión, como subordinada o emprendedora, sin la insinuación, presión o mirada lasciva sobre mi cuerpo, esa mirada que asustaba y provocaba frustración y tristeza en el alma.

En el pasado quedaron aquellos días en que no me podía vestir de luces, lucir mi cuerpo o disfrutar mi sexualidad, sin recibir a cambio el reproche, acoso o agresión del esposo, novio o de quien jamás me había visto para llevarme a las sombras del castigo infundado. En el olvido de la memoria quedaba la concepción de lo masculino como fuente de toda creación, que le permitía escribir la historia a partir de su visión y mantener una relación de privilegio, que alineaba a la mujer a sus designios. Lo que el despertar no dejó de lado fueron los siglos de lucha para entender, nosotras mismas, que la concepción masculina de las cosas no es la regla..

La histórica dicotomía dominación resistencia, trazó un camino, de sometimiento y agresión, que ya no queremos, pero también de reconocimiento de lo que somos y de nuestro indudable papel en la historia de la humanidad, de la que somos parte indisoluble. El domingo salimos a las calles a demandar respeto a nuestros derechos y freno a las agresiones criminales contra nosotras. Ayer nos ausentamos físicamente de los espacios públicos para que nuestra voz retumbe en la conciencia colectiva y nos veamos desde la distancia, necesarias e insustituibles, sobre todo mujeres que, pese a todo, avanzamos libres escribiendo la historia sin divisiones accidentales de género.

Esta lucha es un diálogo abierto sobre la dignidad humana y la libertad de la mujer. Las mujeres que han muerto en esta lucha y las que vivirán como consecuencia, merecen nuestra presencia y combativa ausencia. Emilia, mi hija, lo vale. Nos queremos vivas. #UnDiaSinNosotras.

Diputada federal en la LXIV Legislatura

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