La tragedia de la pequeña Fátima, la niña de siete años violada y asesinada en Tláhuac, forma parte de una cadena monstruosa que se detonó en México a partir de 2007.

Hace unos meses, la Red por los Derechos de la Infancia en México, Redim, dio a conocer un informe sobre homicidios cometidos entre 1990 y 2018, contra niños, niñas y adolescentes.

El documento presenta una realidad pavorosa. Solo entre 2007 y 2018, 14 mil 710 menores fueron asesinados en el país.

La estadística indica que esa violencia reventó tras el inicio de la llamada guerra contra el narcotráfico, decretada durante el gobierno de Felipe Calderón. Según los números, de 639 homicidios de menores cometidos en 2007, al final de aquella administración la cifra fue de mil 614.

Con mínimos altibajos, estos números fatídicos se han mantenido desde entonces. En 2018 fueron asesinados en México mil 463 menores. La Redim considera que la estrategia de seguridad de los gobiernos de Calderón y Peña Nieto “impactó gravemente el derecho a la vida, a la supervivencia y al desarrollo de la infancia y adolescencia”.

Con el cambio de gobierno, nada cambió. Peniley Ramírez relató en estas páginas que en abril de 2019 representantes de la Redim pidieron la palabra durante una “mañanera” e informaron al presidente López Obrador que hasta aquel día habían matado a un promedio de tres niños diarios en México. Tres niños diarios durante su gobierno.

El presidente contestó que tenía otras cifras, que se trataba de un número exagerado, que si aquellos datos fueran ciertos, habría preocupación en su gobierno.

No la hubo, y la matanza siguió. Los asesinatos de niños forman parte ya de la nota diaria.

Precisamente en los días en que la Redim dio a conocer su informe, tres mujeres y 14 niños de la familia LeBarón fueron atacados a sangre fría en Bavispe, Sonora. Los agresores los acribillaron sin piedad: nueve de ellos perdieron la vida. Después, les prendieron fuego.

2019 terminó con 1,472 menores asesinados, según la Redim. La cifra no era exagerada, como afirmó el presidente López Obrador. Más bien se había quedado corta, pues el promedio final no fue de tres, sino de cuatro niños arrasados por la epidemia monstruosa de violencia.

Los casos ocurridos en los últimos años dejan un agujero negro en el pecho. Después de leerlos, uno pierde esperanza en la gente, a uno le cuesta seguir creyendo en el país. Una mujer tuiteaba ayer que, tras la viralización del caso de Fátima, su nieto, de siete años, le dijo: “No me sueltes de la mano, no quiero que me maten”.

El informe de la Redim es brutal porque revela que no existen estrategias para proteger de la violencia a los niños. Si al presidente le parece que esa violencia no existe, ¿qué se puede esperar de quienes viven al servicio de sus indicaciones? Los casos se resuelven uno a uno cuando bien nos va, pero no se atiende el fenómeno general y para colmo más del 90% de los casos quedan en la impunidad

Reviso en la prensa los homicidios contra niñas, niños y adolescentes ocurridos en México en los últimos años. En los diarios ha quedado el registro de una sociedad enferma, de un proceso de degradación y horror, agravado por la impunidad.

Hace cinco años el país se quebró con el caso de “la niña de la maleta”: una pequeña de dos años que alguien encontró dentro de una valija en la colonia Juárez. Según la información disponible, la habían desnucado y la habían violado. Nadie reclamó jamás su cuerpo. Las cámaras de la ciudad no sirvieron de nada. El asesino se debe estar riendo de nosotros.

Cinco años más tarde hay siete mil niños muertos más (quemados, balaceados, ejecutados, violados, embolsados), y ningún programa, ninguna estrategia, ni un solo gesto de preocupación o de empatía: el presidente dice que duerme con la conciencia tranquila, y que la oposición abandera estos casos para golpearlo.

2020 ha iniciado brutalmente en un país que en lugar de protegerlos, se ha vuelto un enemigo para los niños.

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