Muy buena semana amigos míos. Esta semana les comparto la 7ª regla del decálogo de Mario Rosen, espero les sean de utilidad:

Subestímese:

“Y así tomé decisiones que jamás imaginé que se agazaparían en lo profundo de mi ser por el resto de mi vida, exigiéndome transformarme en una deformada versión de un súper-humano. Después de esta pretensión casi sobrehumana, ser fuerte, ser perfecto, me refugié para encubrir mi incipiente sensación de inferioridad, el temor al ridículo y el temor a equivocarme. ¡No te expongas, no te arriesgues, no hagas el ridículo!

“Si no haces el ridículo, si temes equivocarte, adiós aprendizaje, adiós crecer. Si no te expones y expresas tus sentimientos, adiós relaciones, adiós intimidad, adiós amada mía. Ese día es muy probable, dejé de mostrar mi sensibilidad y no me arriesgué más. No corrí más por el patio de la escuela. Fui por la vida de puntillas, cuidando de no volver a resbalarme y que no se rieran de mí. Es así como aprendí a desconfiar de mis propios pies”.

Todos aprendemos bajo el mecanismo de estímulo – respuesta, no somos muy diferentes al perro de Pavlov, que aprendió a salivar al escuchar la campana; la mayoría de nosotros fuimos domesticados aprendiendo diferentes reglas;

•           Primera regla sagrada: Las reglas no se discuten

•           Segunda regla sagrada: Es obligación amar a mamá y a papá. Esto genera culpa por no llenar las expectativas. Un comentario, una mirada negativa, es suficiente para fragmentar a un niño en pedazos. Pedazos que pueden manifestar o  se pueden ocultar.

•           Muchos niños son humillados por no ser a gusto de sus padres. Son avergonzados una y otra vez. Un  niño tratado así, siente que no vale y, como resultado de esta situación genera un sentimiento de amor-odio. Hace enormes esfuerzos por agradar, pero se siente terriblemente culpable por sentir lo que siente. Es pecado no querer a los padres. Pero es tan terrible la idea de no amar a los padres que la única solución para el niño es llegar a la conclusión de que hay algo malo en él y se castiga por el resto de su vida sintiéndose menos, indigno y no merecedor del amor.

•           “Los niños y los adultos mienten no porque les divierta, sino porque temen al castigo. Quieren alejar el daño de ellos. El daño consiste en el despojo del amor. Y este miedo a ser despojado del amor es el motivo principal de las pequeñas y grandes mentiras, de las excusas y de las evasiones”. Pestalozzi

•           Lo más dramático de esto reside en que esto no es verdad, es sólo una interpretación que este niño infeliz está haciendo de sí mismo. Sin embargo, esta interpretación, como muchas otras que definen nuestra identidad, determina nuestro destino final como personas. Esta interpretación se transforma en una creencia sobre uno mismo. Una creencia, no es más que una idea cargada de un enorme poder emocional.

•           En la escuela aprendemos sobre nosotros socializando y comparándonos con los demás niños. Y por sobre todo uno se entera de lo que opinan los demás niños y maestros de uno. Y cuando uno ya viene con el autoestima medio desarmada desde la casa, imagínese lo que puede suceder.

Esto genera el siguiente mecanismo:

1.         Autoconcepto: “Yo soy débil e incapaz”

2.         Posición existencial: Desvalorización; “Yo soy menos”

3.         Necesidades: Desmerecimiento; “Yo no me merezco nada”

4.         Emociones: Subestimación;  “Rabia, tristeza y culpa”

5.         Conducta: Sumisión, rebeldía, etc.

Eso que piensas, eso serás. Y por lo tanto: Uno no confía en uno mismo, por lo que, cada vez se exige menos y en consecuencia, cada vez se hacen promesas más pequeñas. Los demás no confían en uno, por lo que, cada vez nos exigen menos. Fin del ciclo.

El mejor modo de no asumir riesgos, es no comprometerse. El mejor modo de no comprometerse es subestimarse y sentirse incapaz de cumplir alguna promesa, tanto con uno mismo como con los demás. Piense que los demás lo harán mejor que usted y entréguele la vida a los demás. Sea un simple actor de reparto en el propio escenario de su propia vida.

El mundo está dividido en dos clases de personas: las que esperan que el futuro ocurra y las que deciden construirlo.

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