Obama, ah sí, dijo Berlusconi, “ese joven apuesto y bien bronceado que vive en la Casa Blanca”. Y en efecto, no fue cosa fácil que un hombre “tan bronceado” llegase a la presidencia de Estados Unidos, y menos aun con un nombre tan tercermundista como Barack Obama, y con un islámico Hussein entre medio.

Le tomó a Estado Unidos más de 200 años aceptar la posibilidad de un presidente de raza negra; algo que muchos consideraban que tomaría varias generaciones más. Se requirió padecer los excesos de ocho años de esa derecha radical y obtusa encabezada por George Bush para precipitar como efecto pendular lo que parecía inimaginable. En realidad el hito que representa tener un presidente afroamericano en la Casa Blanca posee un efecto más simbólico que efectivo. Es tal el equilibrio de poderes de una sociedad moderna, que el mandatario norteamericano se encuentra maniatado para hacer cambios verdaderamente significativos en los temas estructurales.

Una y otra vez las propuestas más importantes de Obama se han estrellado contra las posiciones del Congreso y la fuerza de los poderosos lobbies que operan en Washington. Basta decir que la prisión de Guantánamo sigue en pie, pese a las reiteradas promesas de Obama; o podemos recordar su intención fallida de endurecer las condiciones de compra de armas largas entre los particulares en Estados Unidos.

Y pese a todo, los márgenes de maniobra con los que cuenta Obama no pueden, no deben, ser desaprovechados por México. Nada en su biografía lo vincula a temas latinos, pero sin duda sus convicciones democráticas y progresistas le hacen mucho más sensible a la agenda de los migrantes y a las condiciones desfavorables de nuestro país en las relaciones con su poderoso vecino. De hecho, hoy por vez primera, y gracias al apoyo de la Casa Blanca, los casi 12 millones de ilegales de origen latino en Estados Unidos contemplan la posibilidad de una amnistía que regularice su situación.

Me parece que los casi cuatro años que le quedan a Obama como presidente deberían ser objeto de una cuidadosa estrategia de parte del gobierno mexicano para avanzar en una agenda histórica y resolver problemas ancestrales vinculados a la compleja relación entre ambos países en materia económica, financiera y social.

México y EU comparten la frontera con mayor tráfico y simbiosis en el mundo. De hecho, como en el caso de cualquier pareja, alrededor de la frontera ha surgido una especie de tercer “país” que no es ni Estados Unidos ni México. Una tercera entidad que parece tener vida propia y sólo parcialmente evoca a sus progenitores.

Fue una verdadera lástima que Felipe Calderón desperdiciara los cuatro años del primer periodo de Obama, obsesionado como estaba con su guerrita contra el narco. Bastó este encuentro entre Peña Nieto y el estadounidense para evidenciar la intensidad de la agenda económica y política pendiente, y el enorme desperdicio que significó reducirla durante tanto tiempo a un asunto de pistolas y maleantes.

Todavía estamos a tiempo de hacer una revisión a fondo de la manera en que habremos de encarar el futuro de la relación con Estados Unidos. No podemos regresar al discurso trasnochado del masiosare y la soberanía decimonónica en los discursos, cuando la integración entre ambas sociedades se intensifica año con año. Tampoco, desde luego, queremos convertirnos en una estrella más de la bandera de las franjas rojiblancas. En la interdependencia hay intereses divergentes de uno y otro lado, y sólo mediante la comprensión madura y responsable de ambas partes de sabernos unidos inexorablemente podremos transitar a un futuro aceptable para todos. Pero es muy distinto tener un interlocutor sensible en la Casa Blanca, como es ahora el caso, que tener un vecino intransigente y beligerante.

El PRI de Peña tiene una oportunidad histórica en los próximos cuatro años. Ojalá pueda verla y aprovecharla para sentar las bases de una relación más acorde a las necesidades del siglo XXI. Difícilmente volveremos a tener un presidente tan bronceado en la Casa Blanca. La oportunidad podría no regresar en mucho tiempo.

Economista y sociólogo

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