La primera vez que visité la hermosa ciudad de Querétaro, hoy día mi hogar, lo hice en 1978 aterrizando en el aeropuerto “Fernando Espinoza” o “Campo Menchaca”, que data de 1955, actualmente cerrado y convertido en el “Campus Aeropuerto” de la Universidad Autónoma de Querétaro. Se trataba de un aeropuerto más bien limitado por su pista de escasos 1900 metros de longitud y complicado por los vientos cruzados que le caracterizaban y que le convertían en un aeropuerto que exigía pericia de los pilotos. Conscientes de estas limitaciones, los queretanos aspiraron a contar con una mejor oferta de aerotransporte algo que solamente se podía conseguir ya fuese ampliando el “Fernando Espinoza” o construyendo una nueva terminal aérea. Se optó por lo segundo y así a finales del año 2004, se puso en operación el flamante “Aeropuerto Intercontinental de Querétaro”, por sus siglas AIQ, en los municipios de Colón y El Marqués. Debo confesar que cuando me enteré de la ubicación, magnitud y características del proyecto del nuevo aeropuerto, lo primero que pensé fue: ¡Otro “Elefante Blanco” al inventario de infraestructura aeroportuaria de México! ¿Para qué necesita Querétaro un aeropuerto de 689 hectáreas, una pista en concreto hidráulico de 3,500 metros de largo y 14 posiciones de estacionamiento en una enorme plataforma, también de concreto hidráulico? me pregunté, convencido de que nuevamente el estado mexicano estaría desperdiciando valiosos recursos fiscales en dicha obra. El tiempo me ha dado la razón por lo menos en lo que se refiere al movimiento de pasajeros que realmente no ha alcanzado los niveles en cuanto a número ni tamaño de las aeronaves como para justificar un aeropuerto de esa magnitud, que baste decir que cuenta con una de las mejores pistas y plataformas del país. Afortunadamente para quienes apostaron a construir el nuevo aeropuerto queretano, este fue “descubierto” por los operadores logísticos, algunos de los cuales vieron en sus instalaciones y en su estratégica ubicación geográfica, una oportunidad para operar vuelos cargueros nacionales e internaciones en lugar de hacerlo por el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, por ejemplo. Poco a poco, las operaciones de itinerario y los chárter fueron generando tráfico, al grado de haberlo convertido ya en el quinto aeropuerto más importante de México en términos de movimiento de carga aérea internacional, base de por lo menos un par de aerolíneas cargueras nacionales y pronto la sede de una nueva base de mantenimiento de Aeroméxico, entre otras inversiones. La capacidad operativa del AIQ se demostró espectacularmente con las tres operaciones que realizaron en el año 2011 sendos gigantes Boeing 747-200 cargueros. El aeropuerto impacta positivamente en las industrias aeroespaciales, agrícolas, metalmecánicas y automotrices no solo de Querétaro, sino de sus estados circunvecinos, como son: Hidalgo, México, Guanajuato, San Luis Potosí y hasta en las actividades exportadoras del estado de Michoacán. Es de esperarse que conforme la voz siga corriendo entre los operadores logísticos sobre las bondades de la infraestructura y servicios del AIQ y su prestigio aumente, también aumente la demanda nacional e internacional y el aeropuerto se convierta en una verdadera opción al aeropuerto de la Ciudad de México, por lo menos en materia de carga, contribuyendo así al viejo anhelo desconcentrar el tráfico aéreo del Valle de México. Una terminal intermodal en sus terrenos adyacentes, aprovechando la proximidad de vías férreas y autopistas al AIQ sería un complemento ideal para esta terminal aérea que bien podría convertirse en todo un centro logístico integral de primera importancia para México.

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