¿Cuál es la función de una embajada? ¿A quién podemos recurrir los mexicanos cuando viajamos al extranjero y tenemos algún problema? ¿Cuáles son las competencias de un diplomático encargado de la “atención a la comunidad mexicana”?

Esas fueron algunas preguntas que me brotaron hace siete años durante un periplo a Praga, y que me volvieron a inquietar hace algunas semanas al leer una nota sobre el caso de un mexicano en viaje por Europa que en busca de asistencia consular acudió a una de nuestras embajadas con nulos resultados.

Por sus similitudes, la mención de ese incidente me recordó, de inmediato, el vivido junto con mi pareja una mañana de julio de 2010.

Era nuestro primer día en la ciudad natal de Kafka, y mientras desayunábamos en el hotel ella comenzó a sentir un gran zumbido en el oído, acompañado de mareos y nauseas, así como intensas ganas de orinar. Rápidamente, nos levantamos de la mesa y la acompañé al baño de la habitación. No habían pasado ni dos minutos cuando me llamó con desesperación. Cuando entré al sanitario, la encontré, pálida y desencajada, con la mirada clavada en el excusado: la orina tenía un color rojo intenso… ¡Sangre!, exclamamos al unísono.

En ese momento nos cayó encima, lo recuerdo bien, una mezcla de angustia, frustración (“este viaje ya valió”), incertidumbre, pero, sobre todo, terror cuando empezaron a  brotar inquietantes preguntas: ¿Qué está pasando? ¿A quién acudiremos? ¿Dónde podremos encontrar un médico? ¿Cómo diablos nos haremos entender? ¿Cuánto nos costará la consulta, las medicinas? ¿Nos alcanzará el dinero?

No sé cuantos minutos permanecimos de pie, sin movernos, sin lograr atinar qué es lo que  debíamos hacer… hasta que en medio de esa oscuridad, hubo un destello de esperanza. “La embajada… hay que llamar a la embajada de México”, exclamé con optimismo.

En una de las computadoras del hotel busqué la página online de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Sentí un gran alivio al ver que en la relación de funcionarios mexicanos había una diplomática encargada de la “atención a la comunidad mexicana” que respondía al nombre de Patricia Aída del Carmen Cruz Fierro.

Sin pensarlo dos veces, fui a la recepción, solicité el teléfono, marqué al número de la embajada y pedí hablar con esa funcionaria. La primera contrariedad llegó pronto. Una voz femenina en español pero con fuerte acento checo me respondió que “la licenciada Cruz Fierro se encontraba en una reunión” y no me podía atender. Le explique la situación lo más detallado que pude, le describí los síntomas que aquejaban a mi pareja y le dije que conforme pasaba el tiempo se sentía cada vez peor, que necesitaba ayuda urgente. Me dijo que esperara en la línea. Unos cuatro minutos después,  una nueva voz femenina, también con acento checo, se identificó como la asistente de Cruz Fierro.  “Deme todos sus datos. Déjeme ver que podemos hacer, nosotros le devolveremos la llamada en 30 minutos”.

Las molestias iban creciendo, ahora también le dolía el bajo vientre, aumentaron las ganas de orinar y sufría cuando lo hacía, pues el ardor era insoportable. Las náuseas y el vómito no cesaban.

Luego de casi 40 minutos, la tan esperada llamada llegó, pero no era la funcionaria “encargada de atender a la comunidad mexicana”, sino de nuevo “la asistente” quien de entrada me pregunto si tenía seguro de gastos médicos mayores. Al responderle que no, me dijo que entonces lo único que podía hacer era proporcionarme la dirección de una médico que hablaba inglés (la doctora Horaková).

—¿Eso es todo el apoyo?, le pregunté

—Bueno, si usted no cuenta con suficiente dinero, puede ir a una clínica de asistencia pública, aunque lo más probable es que, por la demanda, en ese lugar tendrá que esperar bastante tiempo.

—¿Bastante tiempo? ¿Eso qué significa?

—Que hay que tener mucha paciencia. Un servicio en esos lugares puede tardar hasta 6 o 7 horas.

—Esas no son formas de tratar a unos mexicanos. Quiero hablar directamente con Cruz Castillo, exigí.

—La licenciada sigue muy ocupada... es imposible que los atienda... ¡Suerte!, y sin más “la asistente” colgó.

Nos quedamos pasmados. En realidad, esperábamos más apoyo del cuerpo diplomático que dice representarnos en el extranjero y al que mantenemos con nuestros impuestos. Dónde, nos preguntamos, estaba la asistencia consular que por ley están obligados a proporcionar.

En ese momento, sin embargo, no contábamos con mucho tiempo, por lo que abordamos un taxi y nos dirigimos a la dirección proporcionada por la embajada: Vodickova 28, un ruinoso edificio que todavía olía a “socialismo real”,  donde se encontraba la pequeña clínica de la doctora Horaková. La recepcionista nos advirtió, de entrada, que la consulta costaba dos mil 700 coronas checas (alrededor de 2 mil pesos mexicanos al tipo de cambio de aquellos años). Entre indignados y preocupados nos volteamos a ver. Sabíamos que no teníamos más opciones.

Al final, luego de llenar un cuestionario, entregar muestras de orina y pasar a consulta, una espera que se nos hizo eterna, la doctora  nos entregó el diagnóstico (una fuerte infección en las vías urinarias), los medicamentos (unas gotitas y un antibiótico) y la cuenta, que en total ascendió a tres mil 500 coronas (casi tres mil pesos mexicanos).

Salimos de ese lugar sorprendidos por lo que nos acaban de cobrar, pero todavía más atónitos por la respuesta de la embajada mexicana. ¿Qué hubiera pasado si la infección se hubiera complicado? ¿Qué habríamos hecho si se hubiera tratado de una enfermedad grave, que requiriera hospitalización o, más aún, una intervención quirúrgica? En ese momento, nos sentimos totalmente desprotegidos.

Al regresar a México, semanas más tarde, investigué el salario de Patricia Aída del Carmen Cruz Fierro. Hace siete años, esa funcionaria, supuestamente encargada de “atender a la comunidad mexicana”, ganaba tres mil 560 euros al mes, es decir más de 71 mil pesos mexicanos. Para Kafka.

Hoy, 2017, ingreso al Portal de Relaciones Exteriores y hallo que --¡oh, sorpresa!-- Cruz Fierro sigue laborando en la diplomacia mexicana,  pero ya no en la praguense calle de V. Jirchářích, sino en la  Avenida 7 número 1371, en San José, Costa Rica, donde se encuentra ubicado el inmueble de la embajada de México en ese país.

En esa representación nacional la ex encargada de “atender a la comunidad mexicana en República Checa” es la responsable de tratar los “asuntos políticos, jurídicos, prensa y medios (sic)”, cargo por el cual recibe como salario mensual la cantidad de cuatro mil 639 dólares estadounidenses, alrededor de 83 mil pesos de acuerdo con el tipo de cambio actual (10 de agosto), y un aumento de 12 mil pesos en relación con 2010. Sin comentarios.

* Ojo. Señores de Relaciones Exteriores. Hay que actualizar el Portal de Obligaciones de Transparencia, pues en éste aparece que la susodicha funcionaria labora en una oficina de la SRE ubicada en la avenida Juárez de la CDMX, donde, en efecto, hasta hace unas semanas ocupaba un cargo como jefa de departamento.

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